lunes, 26 de mayo de 2008

Viaje a la historia

Me da la sensación de que últimamente estuve más horas volando que sobre la tierra, y no es una metáfora. Arranqué hace una semana con el viaje más largo de mi vida. No estoy segura de cuántas horas pasé arriba del avión, en el itinerario lo dice, después me fijo. Pero, entre la escala en París y los tramos de Buenos Aires a Francia y de Francia a Alemania, debieron ser cerca de 15 horas. Después de la semana en Munich, nos encaminamos de nuevo al aeropuerto para ir a Polonia. Hubo un retraso del vuelo de 4 horas, esto sí pasa en Europa. Pero llegamos. Nos fue a buscar Úrsula, la prima de mi papá y la principal razón de nuestra visita a Varsovia. Es increíble que haya aprendido español sólo para poder comunicarse mejor con nosotros. Tiene una mirada muy dulce, me hace acordar a mi abuela. El parecido delata el parentesco. La casita donde estamos parando es muy acogedora, nada lujoso, pero aún así, deslumbrante. Nada que envidiarle a un hotel de 4 estrellas. Tiene una vista espectacular a unos jardines repletos de flores y está en la misma cuadra que la embajada de Estados Unidos y la casa de algún político importante. Al parecer, estamos en una de las zonas residenciales de la ciudad. No sabría decir si se nota que es la capital, porque todavía no estuve en otro lado como para comparar, pero sin duda está muy lejos de lo que es la capital argentina. No hay tanta concentración de gente, ni tanto bullicio, ni tantos edificios o contaminación. Por lo que nos contaron, tampoco es una ciudad insegura, aunque prefiero no ponerla a prueba. Hay muchas Iglesias. Se nota el contraste con las viejas construcciones que resistieron de pie a la última Guerra Mundial y las novedosas, que emanan modernidad por las paredes. Hay una plaza donde hay un campanario y desde donde, todos los días a las seis de la tarde, se asoma un saxofonista para deleitar con su melodía a los que quieran escucharlo. Toca unos cinco minutos más o menos y, aunque el principal motivo es marcar un horario, pareciera que el tiempo se detiene para oírlo.
Mirek, un compañero de trabajo de Úrsula y profesor de español, se está asegurando de que no nos perdamos detalle. Literalmente. Demasiada información en muy poco tiempo, pero sé que después lo voy a valorar mucho más. Cuando piense en todo lo que pude ver, conocer, aprender, voy a agradecerle el hecho de que hayamos visitado cuatro Iglesias, dos catedrales y tres museos en un día. Pero eso va a ser más adelante, ahora casi lo odio. ¿A quién se le ocurre levantarnos a las seis y media de la mañana? Todavía tenía las marcas de las arrugas de la sábana dibujadas en mi cara. Ni siquiera distinguía mi taza de café con leche y él pretendía que me acordara el apellido del fundador del museo que habíamos visto ayer. Supongo que sus neuronas polacas son más madrugadoras que las mías, pero no puedo reprocharles que no estén a la altura de las circunstancias cuando durante casi dos décadas las malacostumbré con mi rutina de media hora de remoloneo en la cama previo a empezar mi día. Siento que voy perdiendo mi memoria con cada dato nuevo. En estos momentos me alegro mucho de contar con la cámara digital, porque ya se me mezclaron todos los nombres. A mi mamá le debe pasar algo parecido, porque se pasa horas a la noche llenando una agenda de viaje improvisada, escribiendo información de los lugares que visitamos, datos importantes. Seguro que ella anotó el nombre del fundador de aquel museo. Mi papá es un caso especial, él tiene una memoria fotográfica envidiable, sabe asociar cada rincón con el anterior y el posterior con el que guarda relación, pero el problema es que últimamente ninguna de nosotras puede completarle las ideas que él conserva. Pareciera que los recuerdos se unen en una nube amorfa y homogénea de historia indescifrable, o peor aún, se evaporan. Pero no me preocupa demasiado, Mirek seguramente me lo refrescará mañana, y sino, cuando mi cabeza encuentre algún remanso, se encargará de ordenar y aclarar las cosas. Se que todo está archivado en alguna parte de mi inconciente, junto con todo lo que debería recordar de lo que estudié años anteriores, que ahora veo en vivo y en directo.
Mañana vamos a ir al barrio judío, entre otras miles de cosas que seguramente haremos. Es maravilloso y, a la vez muy raro, conocer parte de lo que fue la vida de mis abuelos, bisabuelos y demás generaciones antecesoras. Se siente como si ya hubiera estado antes, o algo parecido. En definitiva, mi apellido y mi nombre se los debo a este país, ése ya es un punto de partida para sentir que pertenezco. Tengo una bolsa llena de folletos y fotos que fui juntando de los lugares que recorrí. Cualquier ayuda memoria que atestigüe que yo estuve ahí (antropología presente) es bienvenido. Es una experiencia fantástica sentir que no estás acá y ahora, sino que estás sobrevolando años y años de pasado, mirando desde algún lado lo que quedó de todo tipo de destrucciones a las que estuvieron expuestos durante tanto tiempo. Es inspirador notar cómo se repusieron en un período llamativamente corto (viéndolo con perspectiva histórica) a tamaños maltratos. Es como observar las huellas en el suelo de sucesos anteriores que traspasaron las fronteras geográficas, un portal del tiempo, como si todo hubiera sido una película con actores terrenales que se proyectaba en el espacio y donde sólo allí se podía ver el final. Y esto sí es una metáfora.

1 comentario:

Lisandro Gallo dijo...

Me gustó mucho la historia, muy fluida y aunque no fue a "lo chareca" (Chareca creo un estilo ya!) dan ganas de leer. Hoy me quedé pensando cuando hablaban con Emilia sobre el territorio de la guerra en eso de que "la gente no debe estar las 24 hs del día, todos los días, hablando de la guerra" y explorar eso creo que sería interesante, de repente con una ficcion, que fue una de las posibilidades que tiraste, alguna historia que no tenga que ver con la guerra dsirectamente pero que transcurra durante, y ver como la guerra penetra igual en todos lados; ver como cambian los dialogos, ¿se habla deferente durante la guerra? Calculo que ya el hecho de despertar en un lugar de bombarsdeos y saberte vivo es como tener un día extra, no se debe despertar igual que siempre y no se debe hablar, ni odiar, ni querer igual que siempre. Algo asi como que aunque la guerra no esté lo impregna todo, la presencia como ausencia.
Que se yo, me pareció interesante eso, tanto para vos como para Emilia, me quedé con ganas de decirlo hoy.
Bue saludos y a ver como avanza la historia.