lunes, 26 de mayo de 2008

C.C.C.(Charla de Comunicación Comunitaria)

La gente abría la puerta y se asomaba. La cerraban y suspiraban. Los que estaban adentro ya deberían haber terminado. Al rato, la sala comenzó a vaciarse. Entré al anfiteatro, seguida de otros tantos que habían estado aguardando con impaciencia. Nos invitaron a formar un semicírculo con las sillas. No habría más de treinta personas sentadas, prontas a escuchar, aunque en el transcurso, fueron llegando varias más. Un escenario con cajas de distintos tamaños forradas con papeles de vivos colores, imaginé que su función seguramente sería más que decorativa. Cada una de ellas actuaba de soporte para llamativas gorras anaranjadas con una inscripción: B.N. (me vinieron a la mente muchas combinaciones de palabras con esas iniciales, pero ninguna que pudiera guardar relación con la charla sobre Comunicación Comunitaria que nos congregaba).
La gente esperaba, expectante. Algunos, que aparentemente se conocían desde antes, charlaban de distintas materias que cursaban. Un chico mandaba mensajes de texto con una agilidad que me asustó; me hizo acordar a un comercial, pero no estaba ahí para pensar en publicidad, ésa es otra orientación. Una mujer sacaba fotos con una cámara digital. Había una mesita al costado, contra la pared, que ostentaba tres termos de acero inoxidable, un frasco con azúcar y algunos vasitos de plástico apilados. Al frente del semicírculo, otra, con cuatro sillas que, a juzgar por los micrófonos y las botellitas de agua cuantitativamente relacionadas con los lugares dispuestos allí, parecían estar preparadas para aquellos que se dispusieran a dar la charla. El ambiente oscilaba entre las repetidas pruebas de sonido y la música instrumental indígena que se percibía de fondo. Alguien interrumpe amablemente mi escritura y me ofrece café (era el contenido de los termos). De repente, todos los sonidos se apagan. Nelson Cardozo rompe el silencio. Se disculpa por la demora (la charla debería haber empezado media hora antes) y la justifica con el hecho de que es la primera vez que se hace algo así, dando a conocer todas las cuestiones técnicas que hacen falta para que sea posible su realización. Inmediatamente después, su discurso de introducción al tema empieza. Reacciono a tiempo y prendo el grabador de mi MP3, se que me va a hacer falta volver a escuchar algunas cosas más adelante ya que muchos datos se me escapan, él habla rápido y yo escribo lento. La palabra pasa a su compañero, Claudio, quien se encarga de hacer un paso histórico por la influencia de la comunicación y de la industria cultural en la sociedad. Mientras teorías, corrientes y leyes brotan de su boca, mi atención se desvía hacia los flashes de una cámara de fotos que, como los ojos de alguien maravillado por lo que tiene en frente, buscan capturar cada gesto de los que se hallan a su alrededor.
Un aplauso devuelve mi mirada a la mesa, que ahora recibe a dos mujeres entusiasmadas. Se presentan. Hablan de la radio comunitaria de la que participan (“FM Tránsito”) y de la revista que dirigen (Güarnin). Una de ellas, Liliana, se apropia del micrófono para informarnos que en los próximos minutos escucharíamos el audio del primer programa radial que hicieron, años atrás. La grabación se hizo desear (imprevistos que ni siquiera las pruebas de sonido iniciales lograron prever). En una excelente oportunidad para improvisar, Romina, la otra protagonista del discurso, cubrió satisfactoriamente el bache. Pero al cabo de quince minutos, el “bache” estaba convirtiéndose en un profundo agujero, lo que las obligó a modificar el esquema de su exposición. Haciendo tiempo para que la tecnología se amigara con el sonidista, se decidieron por explayarse en los objetivos que perseguía su proyecto, aludiendo al uso de su vocación como herramienta al servicio de la democracia de los medios y hablando de la subjetividad de la comunicación comunitaria por estar dirigida desde personas que no son neutrales (me pienso totalmente identificada con esta postura). Justo a tiempo, las voces grabadas afloraron. Luego de escuchar el prometido inicio radial, aprovecharon la tregua que les dio el conflictivo sistema de sonido para introducir un segundo audio, esta vez conteniendo varios testimonios acerca de la identidad de la estación y de sus transformaciones a través de los años, incluyendo una muestra musical que “aporta la parte estética”.
Al mirar a mi alrededor, descubro que la sala está casi llena. Me permito evadirme momentáneamente de la alocución porque sé que el MP3 sigue supliendo mi falta de atención, aunque de repente una sensación de irresponsabilidad me invade e intento volver a focalizarme. Después de todo, no quiero ser conciente de que, en ese momento, la tecnología supera ampliamente a mi biología. La prédica llega a su fin. Un break para un café emerge reconfortante.
Me acomodo en la silla, será el turno de los que proponen el “Cine en Movimiento”. Se proyectan cortometrajes protagonizados y producidos por los chicos de un taller comunitario que viven en una de las villas bonaerenses, con el aporte de un trabajador social. A juzgar por la intensidad de los aplausos posteriores, pareciera ser que los videos (o el contexto en que se hicieron) manifiestan ciertas perspectivas, formas de encarar la realidad con una vocación de servicio (propio de la rama comunitaria), que muchos de los presentes comparten y alaban. Ramiro, el organizador de estos talleres, se toma unos minutos para explicar los objetivos de su emprendimiento. Agradece a aquellos que, ya sea con su mano de obra o con el aporte de instrumentos, colaboran con el progreso de este proyecto, agradece nuestra atención y se despide.
Llegan los representantes de “El teatro de los vivos” con su proyecto de “Teatro y foro”. Se descubre la finalidad de aquellas cajas en el escenario y las gorritas: cumpliendo una misión completamente funcional a la obra que representarán bajo el título de “Teatro del oprimido”. Muestran así, valiéndose del humor, una típica escena de opresión laboral en un local de comidas rápidas.
La disposición semicircular no era casual. Esta organización intentaba facilitar la discusión que se fomenta luego de la puesta en escena, haciendo justicia a la segunda parte del nombre del proyecto. Plantean la problemática de buscar alguna manera alternativa de distender esta tensión mostrada en la actuación. Claudio (el mismo que había hablado al principio) propone la intervención del público (que representaría metafóricamente a los clientes en una situación de la vida cotidiana) para evitar la situación opresiva. Incorporando este nuevo aporte, la escena se vuelve a representar. Esta vez, nos toca intervenir a nosotros. De alguna forma los roles que estaban establecidos ya no están claros. Todo termina en una carcajada generalizada producto de la espontánea e imprevista manifestación popular. Después de unos minutos, un debate, ya más serio, se genera. Muchas quieren opinar pero, sin embargo, la falta de tiempo se padece. Necesariamente, Nelson Cardozo interviene: “¿alguna pregunta más?”. Se escuchan dos o tres requerimientos de información sobre dónde se presentan los actores. El que contesta aprovecha para invitarnos a reflexionar acerca de la idea de la creación colectiva para poder cambiar la comunicación en la sociedad actual. Van y vienen unos pocas interrogantes más con sus ajustadas respuestas.
Ya es tarde y hay que irse. Apago mi grabador, guardo mis cosas y me dirijo a la salida. Mientras camino a la parada del colectivo, repaso todo lo que escuché y siento mi espíritu movilizado. Una pregunta me retumba en la cabeza: ¿por dónde empiezo?

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