martes, 22 de abril de 2008

Experiencia BAFICI

BAFICI es la sigla que se utiliza para abreviar el popular Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. Resulta evidente la practicidad de simplificar tan extenso nombre, de manera que así es como me acostumbré a llamarlo. Éste es el décimo año que se realiza el festival, presentando películas de países de alrededor de todo el mundo, reuniendo a autores consagrados y a nuevos talentos. Durante trece días (desde el 8 al 20 de abril) se respiró cine en la Ciudad. Las presentaciones se sucedían durante todo el día en varias salas de la capital.

Nuestro interés se focalizó en una de ellas, la del Hoyts General Cinema Abasto (otro nombre largo).
La decisión no fue arbitraria. Con mis amigas estábamos decididas a transformar una consigna académica en una placentera salida, por lo tanto, no podía faltar el paseo obligado y el almuerzo, que nos aseguraría el éxito, ya sea como complemento de una buena película o para minimizar el gusto amargo en caso de que ésta fuese espantosa. Yo era la encargada de reservar las entradas con anticipación, por lo tanto, me aventuré a la sede predilecta con la esperanza de asegurarnos los tres lugares necesarios para ver alguna de las películas que teníamos en mente. Fue en vano. Llegué después de un agotador viaje para enterarme de que ya no se vendían entradas otro día que no fuera el de presenciar la película. La chica que me atendió pareció sentirse culpable por la información que me daba. Quizás mi cara de desilusión la había conmovido. Supongo que por esa razón, creyó que me daba una buena noticia cuando me anunció que si me presentaba ese día en el lugar, antes de que éste abriera, seguramente no tendría problemas para encontrar disponibilidad. Cuando mencionó el horario en el que, supuestamente, debía presentarme, dejé, automáticamente, de escucharla. Un domingo a las 9 de la mañana no era una opción. Agradecí su vana intención de esperanzarme y, solo para justificar el hecho de haber ido hasta allí, con la incipiente bronca por la inutilidad de tal hecho, me decidí a recolectar información. En la zona de informes del festival asomaban innumerables folletos que prometían asesoramiento y un esclarecedor panorama de las ofertas cinematográficas. Con renovado ímpetu, guardé en mi morral todo lo que tuviera la palabra BAFICI escrita a la vista: suplementos de diarios, revistas, panfletos, papeles, papelitos. Una vez saciada mi cuota de conformismo, me dirigí a buscar la parada del colectivo que me llevara de vuelta a mi casa.

Después de una extensa conversación con mis compañeras, nos decidimos por ir directamente al mediodía, con la convicción de encontrar puestos libres. Una vez más, las expectativas no se cumplieron. Debido a que era el último día de presentaciones, la mayoría ya estaban agotadas al momento de nuestra llegada. Por un incidente, que no viene al caso, yo llegué unos minutos más tarde al punto de encuentro. Al verlas, me comentaron que habían elegido una dentro de las pocas opciones que tenían. Si bien no teníamos una reseña muy completa que nos adentrara en la trama, lo poco que sabíamos era suficientemente prometedor como para superar las demás ofertas.

La película, “Resfriada”, una nacional, empezaba unas horas más tarde, lo que nos daba tiempo suficiente para pasar por uno de los restaurantes del Abasto. Con la panza llena, nos dirigimos a la sala correspondiente. Llegamos unos minutos tarde por un error de cálculos y las luces ya estaban apagadas. Tan sigilosamente como nos fue posible nos acomodamos en unas butacas. La película parecía haber empezado hace mucho más que lo que indicaba la entrada. Sin embargo, al indagar a un simpático señor que estaba sentado cerca de nosotras, descubrimos que habíamos llegado a tiempo. La impresión que intentaba dar el film era justamente la que nosotras teníamos en ese momento. Uno se sentía fisgoneando en la vida de los personajes que lo protagonizaban. Con el correr de la cinta descubrimos que ésa era, justamente, la esencia del producto fílmico: crear un ambiente de complicidad con el espectador que lo hiciera sentir identificado con semejante cotidianeidad.

Las escenas giraban en torno a fragmentos de la vida de los personajes. Nos enteramos de que Nadia atravesaba una crisis con su pareja, Lucía, con quien convivía, que la había llevado a morar transitoriamente en el hogar de Ernesto. Mientras tanto, se encargaba de traducir un libro en alemán que su hermano y Ernesto, que trabajan juntos en una editorial, planean publicar. Con algunas notas de color (sobre todo humorísticas), esta película se encarga de atravesar los rincones más comunes de la vida. Sin efectos especiales, sin finales felices o tristes (de hecho, el final es tan abierto que sorprende el momento en que aparecen los créditos), sin superhéroes, sin más logros que los que implica vivir y salir airoso de ello, que no es un detalle menor. Se destaca por no destacarse, muestra situaciones ordinarias, cotidianas de la vida, del día a día. Un excelente y sugestivo ejemplo de ello es el hecho de que Nadia tenga un resfriado (circunstancia que le vale, precisamente, el título a la película), siendo ésta la enfermedad más común de todas.

Pasando por escenas de charlas, llamados telefónicos, lectura, reuniones, por nombrar algunas, queda en evidencia la vida misma. Tan simple como para representarla en noventa minutos, tan compleja como para que ese tiempo no haya sido suficiente.

Fue mi primera experiencia BAFICI pero, sin duda, no será la última. Prometo estar allí cada vez que alguien tenga ganas de mostrarle al mundo su arte y, siempre y cuando, haya alguna butaca libre dispuesta a recibirme.

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