miércoles, 30 de abril de 2008

En el colectivo... (me bajo en la próxima)

Después de viajar media hora de pie, había logrado sentarme. El 106 estaba lleno, como de costumbre a esa hora de la mañana. No había pasado así más de dos paradas cuando un chico me hace un gesto para advertirme que le ceda mi asiento a una señora muy mayor que acababa de subir. Salgo de mi ensimismamiento, que me mantenía distraída, y le respondo con un movimiento de cabeza en señal de afirmación. Accedo a levantarme para brindarle el lugar a la mujer, pero ella, para mi sorpresa, rechaza mi propuesta. Su convicción es tal que me resulta rarísimo pensar que venga de alguien a la que yo creí desesperada por reposar su agobiado cuerpo en algo más mullido que la puerta del colectivo. Yo insisto: "sientese, ya me bajo", una mentira piadosa no va a dañar a nadie. Con una sonrisa y una inaudita fuerza para alguien con su estructura, aparentemente frágil, sujeta mi muñeca, para evitar que termine de levantarme, y me responde: "te agradezco querida, pero no hace falta". Me quedo helada. Estoy acostumbrada a que la gente se avalance por un puesto libre y, sin embargo, ella, con más razones que cualquier otro allí, hablaba con una entereza y una autoridad envidiables, sin mendigar compasión o intentar generar lástima (recursos generalmente muy utilizados por los demás en esas circunstancias). Cinco minutos después, naturalmente, yo aún no debía bajar. Alguien que me había escuchado antes y había creído en mi argumento, empezaba a entender cuál había sido mi verdadera intención. Se levanta, le hace una seña con la mano a la señora y le indica que tome su lugar. La anciana intenta repetir su orgulloso discurso, pero no llega a abrir la boca. El hombre que se había levantado se adelanta: "Bajo en la próxima". Él no mintió, no le hizo falta. Supongo que la señora le creyó, o quizás pensó que sería de mala educación no aceptar el generoso gesto. Sea cual fuese su razón, esta vez, agradece y se sienta. Tiene la frente en alto y una sonrisa de suficiencia dibujada en sus labios carmín, que asentúan sus marcadas arrugas, huellas de la vida que delatan sus años.
Suena el timbre. El señor se baja. Sube alguien de no más de 25 años. Tiene una guitarra. La afina, la observa, la toca hasta que logra articular algo similar a una melodía. No busca recompensas, sólo hacerse notar. Da la impresión de que nadie le presta mucha atención, pero todos saben que está ahí. El efecto parece ser bastante parecido al deseado. Giro la cabeza y observo una publicidad expuesta como cartelera en una chapa que simula ser la suplente de una pared en construcción. Me parece ingeniosa. Se trata del dibujo de una valija troquelada ("armá la valija", deduzco el slogan aunque no está escrito por ninguna parte). Es una buena idea. Qué bien me vendría un viaje, unas vacaciones, algo. Pero aún falta mucho para el receso invernal. Los planes tendrán que esperar. Poso mi mirada en una chica que, curiosa, intenta descifrar el título del libro que lee una mujer a su lado. Sonrío, me siento identificada con ella. Vuelvo a enderezarme. Me preparo. La siguiente es mi parada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta la sensibilidad del texto, antropóloga no?

Aniela Belén dijo...

Gracias por el halago. Comunicóloga...o proyecto de, más bien :)