miércoles, 30 de abril de 2008

Sin palabras

Una pareja camina por Corrientes. Es de noche. No hace frío, pero tampoco calor. Ideal para caminar. Pareciera ser una de sus primeras citas. Se los ve nerviosos. De repente, él la mira y luego de tartamudear unas sílabas inteligibles, se anima a preguntarle: "¿te puedo agarrar de la mano?". Ella, ruborizada, musita un tímido "sí", acompañado con un gesto afirmativo de la cabeza. Está orgullosa. Se le nota, le brillan los ojos. Está pensando en que quisiera tener una cámara para inmortalizar ese momento, pero se conforma con grabarselo en la retina. Quizás sea por eso que mira constantemente las manos entralazadas, no quiere perderse detalle. Nunca antes había notado el lunar que él tiene en el meñique. Por un momento, duda de que lo que está sucediendo sea real. Podría ser todo un sueño. No, está pasando. La transpiración de su mano lo confirma, al mismo tiempo que la delata su taquicardia. Sonríe. Siente eso, algo parecido a lo que sintió alguien antes. Ese mismo alguien que, con mucha más creatividad de la que ella confía tener, lo definió con una metáfora de la que ella se apropia. Tiene mariposas en la panza.
Llegan a la heladería. Piden unos vasitos y se sientan en el banco de afuera. Conversan. Un tema tras otro. Todo pareciera ser mucho más interesante de lo común. Se hace un silencio. Ella lidia con la frutilla al agua que amenaza con derrumbarse. Es él quien rompe el silencio:
-"hay dos clases de hombres".
Ella, sorprendida por el abrupto cambio de tema pero maravillada por su espontaneidad, enseguida se incorpora. Cuestiona:
-"¿dos, nada más? yo podría enumerarte cientas."
-"Pero hay dos grupos muy grandes que se logran distinguir, para facilitar una clasificación".
Interesada, busca saciar su curiosidad:
-"a ver...¿cuáles son?"
-"Están los hombres que piden permiso y los que piden perdón".
-"Creo que es una buena forma de verlo".
Ahora él se siente más seguro. El clima está relajado y ella no deja de sonreir. Es ahora o nunca. Vuelve a la carga:
-¿qué tipo de hombre te gustaría que fuese yo con vos?
Ella, que había captado la intención, busca conciliar su impulso con su protocolo. Piensa. Después de unos segundos, responde:
-"me gustaría que fueses uno que no pide permiso ni perdón".
Él queda asombrado. Intenta disimular su emoción. Un hormigueo le recorre el cuerpo. El dulce de leche avanza sobre la mano que sostiene el vasito. Se miran fijamente, un largo rato. Sus miradas clavadas en las pupilas del otro. Ella esboza, nuevamente, una sonrisa. Él interpreta el gesto. No hacen falta palabras, no hay nada que explicar. De repente, sus labios se encuentran en el beso más deseado y tierno de todas sus vidas. Algo está empezando.
En otro de los bancos, se vislumbra una segunda pareja. La situación es contrastante. En ésta, los protagonistas discuten fervientemente. Se reprochan mutuamente. Pelean. Ella llora, él grita. Algo está terminando.
Después de todo, a pesar del poder del Sol, siempre es de noche en la mitad del Planeta.

3 comentarios:

Emilia dijo...

jeje, la historia me resulta vagamente conocida....

chik_afrou dijo...

mmm, xq definitivamente la vida está en los detalles.

Delfi dijo...

Lo primero que pensé fue "que buen final". La verdad me gustó mucho ese contraste entre los comienzos y los finales. Un detalle: aunque el comienzo siempre es tentador (sobre todo por esos juegos de aproximación entre las personas, de conocimiento), quizás lo mejor esté entre el comienzo y el final... no?
Saludos!