martes, 21 de diciembre de 2010

Como ganado

Comen pasto, dan vueltas, toman sol. Caminan juntas. Se escucha una señal. Cruzan la puerta del corral. Las suben al camión, apretadas. No hay más lugar, pero siguen empujando. No hay tiempo, tienen que entrar todas. El camión arranca. Muuuuuuu. Para a cargar nafta. Suben otras más. Hace calor, pero tienen que entrar todas. Muuuuuuu. Arranca de nuevo. Para a comer el que maneja. Ellas esperan. Intentan acomodarse pero no hay lugar. Una oreja en el ojo de la otra. Un hocico rozando otro. Sigue el viaje. Empiezan a ponerse incómodas. Hace más calor, están todas apretadas. El camión frena. Las bajan. Parece que todo va a mejorar, pero no. Se empujan, casi una estampida. Alguien les grita, tienen que caminar ordenadas. Muuuuuuu. Todas juntas, avanzan. Un pasillo, otro, otro. La cabeza gacha. Otras vienen en sentido contrario. Otra vez desorden. No hay lugar, se enojan, intentan pasar. Otro pasillo, más angosto que el anterior. Ojos tristes. Muuuuuu. Atropelladas, apuradas por llegar a algún lugar. Y rodeadas de paredes grises con ventanas, sin pasto, sin sol, sin cielo. Llegan a la boca del subte. Suben la escalera. Llegan a la oficina. Respiran hondo. Se huele a asado en el boliche de la esquina…y pienso que, a veces, somos lo que comemos. Muuuuuuuu.

martes, 3 de agosto de 2010

Algo que pensé una vez


Intentar algo nuevo, arriesgarse, puede ser difícil y da miedo, porque existe la posibilidad de que salga mal y de fracasar o salir lastimado, pero vale la pena porque es lo que le da sentido a la vida, lo que nos moviliza y genera transformaciones. Me hace acordar a una frase de Galeano que me gusta mucho y me parece q tiene q ver con lo que escribí.
"La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar."

viernes, 30 de julio de 2010

chatarra poética

Como un grito profundo que se ahoga, que no llega a recorrer todo el trayecto desde el alma;

como una fuerza rebelde, salvaje, que se asoma por la garganta pero muere antes de escurrirse por la boca,

porque decirlo dolería demasiado, porque el pensamiento se puede esconder mucho más cuando no se convirtió en palabra, cuando aún no se escapa.

jueves, 29 de julio de 2010

vidita a cuestas


vivir no es fácil, pero estoy convencida de que vale la pena intentarlo

domingo, 7 de diciembre de 2008

Proceso de escritura del ensayo final

Escribir un ensayo no era algo a lo que estuviera acostumbrada a hacer. Quizás alguna vez lo había hecho, pero sin duda, no había sido conciente de que mis líneas hubieran cargado con ese nombre. Sin embargo, cerca de termina el año y la materia, era momento de que empezara a entender de qué se trataba embarcarse en ese género narrativo. En general, yo buscaría en algún libro, tal vez en el diccionario, la definición de la palabra para saber por dónde empezar, qué hacer, pero esta vez fue distinto. La profesora ya me tiene acostumbrada a este tipo de accionar, pero, así y todo, nunca logro dejar de sorprenderme. Antes de saber cómo escribirlo, quería que pensáramos en qué escribir. Así fue que Celia Güichal, las citas sobre viajes y variados tipos de viajeros llegaron a mis manos con la ilusión de ser herramientas que me permitieran empezar a gestar una idea, un pensamiento que me inspirara con la suficiente fuerza como para impulsarme a llevar a cabo mi trabajo final. Me quedó, como se dice, picando, una frase que leí en dicho material y que fue, casi sin darme cuenta, el principio de mi viaje, que culminaría con el escrito último.
“Desde Moscú se aprende más rápido a ver Berlín que Moscú mismo”
(Walter Benjamin)

Esa oración me despertó una serie de sensaciones que, conforme iba avanzando en el proceso, se iban desencadenando continuamente, una tras otra. No se si les pasará a todos, pero para mí es muy fuerte el hecho de sentir que la distancia siempre propone un punto de vista más complejo, más abarcativo y más claro. Como quien, desde la cima de una montaña, puede tener una vista panorámica de todo lo que hay debajo. Pero, así como se ve de forma más completa, más acabada, también se ve más pequeño, en perspectiva diríamos. No verlo, entonces, como es realmente sino, por decirlo así, distorsionado. Y eso me llevó a salir un poco de lo literal de los espacios geográficos para adentrarme en la forma de ver las cosas en la vida. En este sentido, me inspiró el texto de José Saramago: “Mi subida al Everest” al ver la forma en que aplicaba esa experiencia como metáfora de algo más abstracto, más profundo.
Muy seguido, me pasa algo bastante particular: noto que me resulta más fácil imaginar como positivo lo que veo como lejano y encontrar lleno de defectos lo que está más cerca, lo que tengo alrededor. Cual persona mayor que se repite una y otra vez que tiempos pasados fueron mejores y siente que pierde cada día un poco más de esa felicidad, yo siento, y muchas veces me convenzo, de que lo que está allá afuera, lo que no me está pasando a mí, tiene mucho más para ofrecerme de lo que puede brindarme mi sitio actual, mi realidad presente. Me pasó cuando pensaba en cambiarme de la primer carrera a la que me había inscripto (viéndole todos los defectos a la que estaba transitando hasta que me cambié y empecé a verle los defectos a la nueva, que antes había sido casi de ensueño) y me pasa hoy en día cuando planeo irme a vivir a otro lado al recibirme.
Es un hecho que la Capital no me entusiasma para permanecer a largo plazo (y supongo fue por ese motivo que me costó encontrar los beneficios de ese estilo de vida para plasmar en mi ensayo) pero quizás haya que diferenciar entre la emoción de algo nuevo, de una aventura, de escapar a la rutina y el verdadero plan de vida que quiera llevar a cabo. El miedo que implica embarcarse en algo nuevo muchas veces es menor que el miedo que implica quedarse y enfrentar lo que tenemos.
En base a estas ideas que me revolotean en la cabeza desde hace años, que se renuevan cada vez que vuelvo de unas vacaciones en algún pueblito alejado de la vida citadina, es que me senté a escribir el ensayo. Es algo que no solo me parece interesante como proposición de reflexión para los demás, sino que es algo que siento me debía como reflexión a mi misma. Y casi como fidelidad al género, esto es solo el principio, es solo la punta de la soga que me llevará a descubrir qué es lo que realmente me hará feliz, a conciencia y no como un impulso rebelde. Esto es ni más ni menos que un ensayo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Ensayo final

Entre la ciudad
“Vivir en la ciudad es como un sueño largo, uno no sabe nunca cuándo va a bostezar y empieza el despertar.”
Silvia Tomasa Rivera

y el campo
“Impregna su aroma, la rosa al viajero, el aire del campo es realmente sincero, senderos de tierra, molinos de viento.”
James Paul

Al llegar a la ciudad, la alegría me desborda; es que la capital tiene ese no se qué que la hace distinta a todo. Ver los edificios imponentes, escuchar el sonido alrededor, la sinfonía de una ciudad viva, que está permanentemente despierta, que, no importa la hora que sea, siempre te hace sentir bienvenido. La sensación de movimiento, las luces que brillan por doquier, que tintinean y te obnubilan, que te envuelven. Ese ritmo acompasado de la gente que funciona a la perfección con la sincronía del engranaje de un reloj suizo. Yendo y viniendo, cada uno con sus detalles, solo o acompañado, con vestido de fiesta o con bermudas y ojotas, pensando en unos mates o en una cena con champagne a la luz de las velas. Me encanta como todo interactúa sin que se note cómo.
Irme de vacaciones al campo tiene esa magia que es difícil de explicar. Llego a donde sea que me haya ido y ya me siento mejor. Ya no estoy mareada por las horas de viaje en micro o auto, ya no tengo sueño, ni hambre, ni estoy aburrida. Ya no estoy nerviosa o estresada. Estoy de vacaciones. No hace falta más que poner un pie en el destino elegido para que los pulmones se limpien, para sentir que nada puede arruinar ese olor a costa o a montaña. Para sentir que mis oídos se relajan con el sonido del correr de un arroyo, de los pajaritos, de los grillos. Prender un hogar a leña, percibir la naturaleza muy cerca, sentir la brisa al atardecer. Disfrutar la paz a la hora de la siesta (casi sagrada), caminar sin prisa, funcionar con tu propio reloj, sin agujas ni números.
Apenas toco el suelo camino rápido porque quiero llegar a mi casa, dormir en mi cama, volver a ver mi pieza. Tengo a mis amigos esperándome para salir, mi rutina de los sábados, mis vecinos y el asado de los domingos. Puedo recorrer las calles sin que todos sepan mi vida; a nadie le interesa si me puse un jean roto o una remera un poco manchada, con quién salí o con quién no, cada uno hace su vida y no molesta a los demás. Nadie me va a sentenciar por algún error del pasado, simplemente, porque no se enteraron, porque, a diferencia de un pueblo chico, hay más de treinta habitantes (de los cuales cinco son familia, diez amigos y el resto vecinos y conocidos que no tienen algo más divertido que hacer que compartir los chismes de los demás con una asiduidad tan rigurosa como la de leer el diario).
Si visito un lugar en el que ya había estado, lo que se destaca es el hecho de que uno se reencuentra con los vecinos de tantos años, los conocidos. La señora simpática de la rotisería, Don Mario con su kiosquito en pie aunque, en realidad, nunca veo que alguien le compre algo, el de los videojuegos, la del bar de la playa, que tiene los mejores licuados de durazno, el chico lindo de la heladería (que está un año más lindo). Si es un lugar nuevo, está todo para ser descubierto. Los paisajes, la gente, los negocios, las plazas. Todos están relajados, contentos. Nadie te contesta mal ni te pisa sin pedirte disculpas. Nadie te empuja para pasar o te lleva por delante porque está llegando tarde a tomar el subte. Se preocupan por saber cómo estás, les importas, no sos uno más, no pasas desapercibido, como si fueras invisible, como si no existieras.
Las calles están asfaltadas y se puede caminar sin embarrarse, algo que sí sucedería en un lugar donde la lluvia del día anterior sentencia el grado deplorable del estado en que uno llega a su casa. Sólo hay que preocuparse por unos pocos mosquitos y algún que otro insecto, porque el resto de los bichos molestos están bien lejos y escondidos. Se puede prender la estufa en un abrir y cerrar de ojos si hiciera frío, así como también se tiene acceso al alivio que significa el aire acondicionado en un día de calor infernal con solo presionar un botón.
Para pasar el tiempo, puedo ir a ver las películas que no pude cuando estaba en un lugar alejado de casi toda la tecnología moderna a la que estoy acostumbrada en la ciudad. Puedo estar informada de lo que pasa a mi alrededor sin sentir que estoy en una burbuja de aire. Está todo al alcance de la mano, hay teatros cerca, hospitales, bares, pubs, boliches, cines, plazas, cafeterías, heladerías. Y todo marcha a tiempo.
Me gusta porque hago vida de desintoxicación de la ciudad. No huelo el humo de los caños de escape de los autos, no escucho el ruido de las bocinas impacientes, no veo cuadras y cuadras con millones de propagandas queriéndome vender hasta lo más inútil. Prefiero ver la tele cuando quiero y no porque se convirtió en sonido ambiente, leer los diarios cuando tengo ganas y no accidentalmente (sólo porque están por todos lados y es más difícil no verlos que hacerlo), prefiero no enterarme de una cantidad excesiva de malas noticias que parecerían ser lo único que merecen estar en primera plana. Quiero estar tranquila y cenar sin atragantarme porque escucho que no se cuántos viejitos murieron por la ola de calor o a cuántos mataron o violaron o asaltaron. Estar alejada de todo en su justa medida es lo más sano para no vivir permanentemente amargada, asustada, casi paranoica. Porque la vida es muy corta y se acorta aún más cuando se la vive mal.
Si me preguntan dónde elegiría quedarme, dónde preferiría vivir, dónde me veo más feliz, más plena, no sabría qué responder. No estoy segura de cuál es mi lugar porque, es difícil conocerme a mi misma hoy, pero se hace mucho más difícil todavía conocer cómo seré mañana. Quizás sea que idealizar y demonizar son caras de una misma moneda y sólo haya que tirarla al aire y elegir cara o ceca.

viernes, 21 de noviembre de 2008

No tan distintos

Es conocido el hecho de que cuando le toca a uno mismo experimentar algo desagradable, se siente totalmente diferente a cuando lo experimenta otro, aunque el hecho en sí sea casi el mismo. Sin embargo, me parece necesario precisar que no es lo mismo ponerse en el lugar del otro cuando hablamos de una catástrofe, una muerte, una grave enfermedad que cuando nos referimos a situaciones menos fatales como ser un despido laboral, los incidentes en la toma de una facultad, un robo. La cercanía y la dimensión del incidente hacen que la experiencia se convierta es mucho más intensa y relevante en nuestras vidas.
Ahora bien, mencioné el robo. Creo que estaríamos todos de acuerdo en afirmar que un plagio es un robo y como tal, cuesta menos condenarlo cuando nos afecta directamente y ser mas permisivos cuando es otro quien pasa por dicha situación, pero…¿cómo estar seguros de que lo que nosotros dijimos o hicimos y otro “tomó prestado sin consultarnos” es realmente nuestro?.
Cualquier diccionario definiría el plagio como una apropiación ilegítima, como una violación a los derechos de autor. Pero cómo comprobamos que aquel que escribió esa misma frase o realizó esos mismos movimientos de muñeca, pincel en mano, se copió de otra obra anterior semejante y no tuvo, en cambio, un rapto de inspiración en el mismo sentido que aquel otro y terminó produciendo algo que aparentemente es similar.
Nuestra personalidad, los actos que realizamos están condicionados por la interacción con otros, por la historia; entonces, qué tan loco es pensar que, compartiendo el mismo mundo, el mismo país o la misma ciudad muchas veces, no podamos coincidir con alguien más. Después de todo, somos miles de millones de personitas compartiendo sólo una Tierra. En todo caso, se vuelve evidente cuándo nos distinguimos de los demás pero, cuando es el parecido el que se destaca, pareciera que asistimos a una forzosa y burda imitación premeditada, un error sociocultural, un plagio.En realidad, según mi punto de vista, es muy difícil no plagiar algo. Cuando hablamos usamos palabras que muchos otros usaron, quizás hasta articuladas de la misma manera, cuando nos dicen “hablas igual que tu mamá”, “tenés los mismos gestos que tu papá”, o “sos tan aplicada como tu hermana”, ustedes no contestarían cosas como “sí, me pasé los nueve meses en el útero memorizando las muletillas de cada integrante de mi familia para que me salieran perfectas”. Si a Messi se lo compara con Maradona nadie va a hablar de plagio de talento al manejar la pelota de fútbol. Si un psicólogo usa las técnicas de psicoanálisis y no le dice a su paciente que en realidad eso lo “robó” de Freud, nadie lo juzgaría por ilegal. Entonces, por qué sí hablamos de plagio de ideas, de palabras, de pinceladas. En definitiva, qué tanto tiempo tendríamos que pasarnos averiguando si alguien, en algún punto del planeta, rastreando desde hace millones de años, pintó algo parecido a la cerca de mi jardín antes de embarcarme yo en esa tarea. Está de más decir que ese cuadro jamás llegaría a realizarse porque envejeceríamos y moriríamos antes de terminar de indagar. Y el arte jamás existiría.