lunes, 26 de mayo de 2008

Viaje a la historia

Me da la sensación de que últimamente estuve más horas volando que sobre la tierra, y no es una metáfora. Arranqué hace una semana con el viaje más largo de mi vida. No estoy segura de cuántas horas pasé arriba del avión, en el itinerario lo dice, después me fijo. Pero, entre la escala en París y los tramos de Buenos Aires a Francia y de Francia a Alemania, debieron ser cerca de 15 horas. Después de la semana en Munich, nos encaminamos de nuevo al aeropuerto para ir a Polonia. Hubo un retraso del vuelo de 4 horas, esto sí pasa en Europa. Pero llegamos. Nos fue a buscar Úrsula, la prima de mi papá y la principal razón de nuestra visita a Varsovia. Es increíble que haya aprendido español sólo para poder comunicarse mejor con nosotros. Tiene una mirada muy dulce, me hace acordar a mi abuela. El parecido delata el parentesco. La casita donde estamos parando es muy acogedora, nada lujoso, pero aún así, deslumbrante. Nada que envidiarle a un hotel de 4 estrellas. Tiene una vista espectacular a unos jardines repletos de flores y está en la misma cuadra que la embajada de Estados Unidos y la casa de algún político importante. Al parecer, estamos en una de las zonas residenciales de la ciudad. No sabría decir si se nota que es la capital, porque todavía no estuve en otro lado como para comparar, pero sin duda está muy lejos de lo que es la capital argentina. No hay tanta concentración de gente, ni tanto bullicio, ni tantos edificios o contaminación. Por lo que nos contaron, tampoco es una ciudad insegura, aunque prefiero no ponerla a prueba. Hay muchas Iglesias. Se nota el contraste con las viejas construcciones que resistieron de pie a la última Guerra Mundial y las novedosas, que emanan modernidad por las paredes. Hay una plaza donde hay un campanario y desde donde, todos los días a las seis de la tarde, se asoma un saxofonista para deleitar con su melodía a los que quieran escucharlo. Toca unos cinco minutos más o menos y, aunque el principal motivo es marcar un horario, pareciera que el tiempo se detiene para oírlo.
Mirek, un compañero de trabajo de Úrsula y profesor de español, se está asegurando de que no nos perdamos detalle. Literalmente. Demasiada información en muy poco tiempo, pero sé que después lo voy a valorar mucho más. Cuando piense en todo lo que pude ver, conocer, aprender, voy a agradecerle el hecho de que hayamos visitado cuatro Iglesias, dos catedrales y tres museos en un día. Pero eso va a ser más adelante, ahora casi lo odio. ¿A quién se le ocurre levantarnos a las seis y media de la mañana? Todavía tenía las marcas de las arrugas de la sábana dibujadas en mi cara. Ni siquiera distinguía mi taza de café con leche y él pretendía que me acordara el apellido del fundador del museo que habíamos visto ayer. Supongo que sus neuronas polacas son más madrugadoras que las mías, pero no puedo reprocharles que no estén a la altura de las circunstancias cuando durante casi dos décadas las malacostumbré con mi rutina de media hora de remoloneo en la cama previo a empezar mi día. Siento que voy perdiendo mi memoria con cada dato nuevo. En estos momentos me alegro mucho de contar con la cámara digital, porque ya se me mezclaron todos los nombres. A mi mamá le debe pasar algo parecido, porque se pasa horas a la noche llenando una agenda de viaje improvisada, escribiendo información de los lugares que visitamos, datos importantes. Seguro que ella anotó el nombre del fundador de aquel museo. Mi papá es un caso especial, él tiene una memoria fotográfica envidiable, sabe asociar cada rincón con el anterior y el posterior con el que guarda relación, pero el problema es que últimamente ninguna de nosotras puede completarle las ideas que él conserva. Pareciera que los recuerdos se unen en una nube amorfa y homogénea de historia indescifrable, o peor aún, se evaporan. Pero no me preocupa demasiado, Mirek seguramente me lo refrescará mañana, y sino, cuando mi cabeza encuentre algún remanso, se encargará de ordenar y aclarar las cosas. Se que todo está archivado en alguna parte de mi inconciente, junto con todo lo que debería recordar de lo que estudié años anteriores, que ahora veo en vivo y en directo.
Mañana vamos a ir al barrio judío, entre otras miles de cosas que seguramente haremos. Es maravilloso y, a la vez muy raro, conocer parte de lo que fue la vida de mis abuelos, bisabuelos y demás generaciones antecesoras. Se siente como si ya hubiera estado antes, o algo parecido. En definitiva, mi apellido y mi nombre se los debo a este país, ése ya es un punto de partida para sentir que pertenezco. Tengo una bolsa llena de folletos y fotos que fui juntando de los lugares que recorrí. Cualquier ayuda memoria que atestigüe que yo estuve ahí (antropología presente) es bienvenido. Es una experiencia fantástica sentir que no estás acá y ahora, sino que estás sobrevolando años y años de pasado, mirando desde algún lado lo que quedó de todo tipo de destrucciones a las que estuvieron expuestos durante tanto tiempo. Es inspirador notar cómo se repusieron en un período llamativamente corto (viéndolo con perspectiva histórica) a tamaños maltratos. Es como observar las huellas en el suelo de sucesos anteriores que traspasaron las fronteras geográficas, un portal del tiempo, como si todo hubiera sido una película con actores terrenales que se proyectaba en el espacio y donde sólo allí se podía ver el final. Y esto sí es una metáfora.

Teóricos (1º y 2º)

Teórico nº 1

Retórica: el arte del buen decir; utilizada para teorizar cuáles son los mejores medios para alcanzar los fines perseguidos y no para convencer. (Aristóteles, siglo IV a.C.)

En las clases teóricas de la materia se trabajarán tres ejes principales:
- La escritura en relación con la naturaleza del objeto: historia, punto de vista semiótico, escritura como social, etcétera.
- La escritura en relación con el sujeto (cognitiva): relación escritura –conciencia, procesos de nuestro cerebro cuando abordamos una tarea de escritura.
- La escritura en relación con el contexto socio histórico.

Kenneth Burke habla de la “metáfora de la conversación sin fin”, que se basa en la idea de que cada uno tiene un aporte que hacer, inserto en una conversación que ya ha comenzado tiempo atrás.

Metáfora del viaje: sostiene la idea de viaje no turístico (en el que todo va a permanecer igual más allá de la visita) sino de ser viajero como descubridor de los objetos que va viendo y de los que se va apropiando. Se plantea el viaje como vehículo de experiencia, transformador, como una forma de conocer el mundo y de conocernos a nosotros mismos. Se trata de mirar al otro de manera diferente, descubriéndolo, empleando una mirada que promueve la escritura.

Balance personal:
Este teórico me ayudo a ver el viaje desde una perspectiva metafórica en la que pocas veces había pensado antes. Me provocó una sensación liberadora, me hizo sentir exploradora de mi propia vida, de mi realidad. Una forma de aventurarse a descubrir y atesorar esos descubrimientos a través de la escritura, para que sirvan de antecedentes para poder progresar y avanzar en mi trayecto, acercándome a mi misma y a los demás que ya no serán completos extraños desde el punto de vista de que tienen una incidencia en mi proceso de crecimiento y maduración.


Teórico nº 2
Naturalización del objeto. La escritura.

Se habló del pretexto “Nunca aprendí a escribir”, de Louis Aragón. Aragón invierte la lógica de pensamiento-escritura, fundamentado en la idea de que se piensa porque se escribe y no al revés. Él escribía para no olvidar los secretos, para que quedaran registrados en algún lugar, pero eso, a su vez, le suscitaba más secretos. Para Aragón la escritura está relacionada con gráficos, símbolos, por eso para él, escribir era como dibujar.

La escritura es un sistema de representación visual del enunciado lingüístico a través de un sistema de signos de forma tal que se pueda determinar con exactitud las palabras que un lector generará a partir de ese texto. Este sistema es aceptado convencionalmente por una comunidad de usuarios que lo interpreta y lo codifica con precisión, compartiéndolo, conociéndolo y usándolo.
La historia de la escritura se halla en la Mesopotamia, donde surgió hace 3500 años motivada por cuestiones prácticas (necesidad de registrar los excedentes de las cosechas así como también las transacciones comerciales relacionadas con estos excedentes –motivación económica-). Mas tarde aparecen los usos virtuales (en relación con lo sagrado, con lo trascendente). En el desarrollo de la escritura coexisten distintas formas de representación. Generalmente se considera que se va desde lo más pictórico (jeroglífico, por ejemplo) a lo mas abstracto (alfabeto).

Existen tres tipos de sistemas de escritura de acuerdo con su relación con el sonido representado:
- Sistemas ideográficos: son fácilmente comprensibles por usuarios que no hablan la misma lengua, pero tienen como desventaja su carácter antieconómico y restringido (ya que suelen encontrarse en sociedades aristocráticas). Se subdividen en sistemas pictográficos (el signo representa al objeto al que alude, aunque esa relación directa se va perdiendo y se van transformando en ideogramas, cuya comprensión requiere la asociación de otros dos signos) y logogramas (son fonográficos: su representación esta relacionada al sonido de la palabra que refiere al objeto).
- Sistemas silábicos: son más económicos que los ideográficos.
- Sistemas alfabéticos: representan el mayor esfuerzo de análisis para su comprensión. A cada unidad fónica mínima le corresponde un signo.
Fueron creados por los fenicios, aunque ellos sólo escribían las consonantes porque sostenían que las vocales podían ser repuestas sin dificultad por quien leyera. Los griegos agregan las vocales logrando con esto una democratización del saber. Pero es recién con la Revolución Industrial (mediados del sigo XIX) cuando se logó una alfabetización mas amplia gracias a numerosas campañas de alfabetización masiva.
Como conclusión, se puede decir que el alfabeto es una herramienta utilizada para facilitar el aprendizaje.

Balance personal:
Me resultó particularmente interesante la idea aportada por Aragón de que es la escritura la que produce el pensamiento y no al revés. Nunca me había detenido a pensar en todas las veces que mis manos empiezan a garabatear sin ideas que las conduzcan y al cabo de un rato, casi sin darme cuenta, las ideas se van hilando para transformarse en un texto que, al estar escrito, al materializarse, me hace conciente de ello y me permite pensar en algo que quizás siempre estuvo dentro mío y jamás lo habría descubierto de no ser por el proceso de exhortación al que nos invita la escritura.

C.C.C.(Charla de Comunicación Comunitaria)

La gente abría la puerta y se asomaba. La cerraban y suspiraban. Los que estaban adentro ya deberían haber terminado. Al rato, la sala comenzó a vaciarse. Entré al anfiteatro, seguida de otros tantos que habían estado aguardando con impaciencia. Nos invitaron a formar un semicírculo con las sillas. No habría más de treinta personas sentadas, prontas a escuchar, aunque en el transcurso, fueron llegando varias más. Un escenario con cajas de distintos tamaños forradas con papeles de vivos colores, imaginé que su función seguramente sería más que decorativa. Cada una de ellas actuaba de soporte para llamativas gorras anaranjadas con una inscripción: B.N. (me vinieron a la mente muchas combinaciones de palabras con esas iniciales, pero ninguna que pudiera guardar relación con la charla sobre Comunicación Comunitaria que nos congregaba).
La gente esperaba, expectante. Algunos, que aparentemente se conocían desde antes, charlaban de distintas materias que cursaban. Un chico mandaba mensajes de texto con una agilidad que me asustó; me hizo acordar a un comercial, pero no estaba ahí para pensar en publicidad, ésa es otra orientación. Una mujer sacaba fotos con una cámara digital. Había una mesita al costado, contra la pared, que ostentaba tres termos de acero inoxidable, un frasco con azúcar y algunos vasitos de plástico apilados. Al frente del semicírculo, otra, con cuatro sillas que, a juzgar por los micrófonos y las botellitas de agua cuantitativamente relacionadas con los lugares dispuestos allí, parecían estar preparadas para aquellos que se dispusieran a dar la charla. El ambiente oscilaba entre las repetidas pruebas de sonido y la música instrumental indígena que se percibía de fondo. Alguien interrumpe amablemente mi escritura y me ofrece café (era el contenido de los termos). De repente, todos los sonidos se apagan. Nelson Cardozo rompe el silencio. Se disculpa por la demora (la charla debería haber empezado media hora antes) y la justifica con el hecho de que es la primera vez que se hace algo así, dando a conocer todas las cuestiones técnicas que hacen falta para que sea posible su realización. Inmediatamente después, su discurso de introducción al tema empieza. Reacciono a tiempo y prendo el grabador de mi MP3, se que me va a hacer falta volver a escuchar algunas cosas más adelante ya que muchos datos se me escapan, él habla rápido y yo escribo lento. La palabra pasa a su compañero, Claudio, quien se encarga de hacer un paso histórico por la influencia de la comunicación y de la industria cultural en la sociedad. Mientras teorías, corrientes y leyes brotan de su boca, mi atención se desvía hacia los flashes de una cámara de fotos que, como los ojos de alguien maravillado por lo que tiene en frente, buscan capturar cada gesto de los que se hallan a su alrededor.
Un aplauso devuelve mi mirada a la mesa, que ahora recibe a dos mujeres entusiasmadas. Se presentan. Hablan de la radio comunitaria de la que participan (“FM Tránsito”) y de la revista que dirigen (Güarnin). Una de ellas, Liliana, se apropia del micrófono para informarnos que en los próximos minutos escucharíamos el audio del primer programa radial que hicieron, años atrás. La grabación se hizo desear (imprevistos que ni siquiera las pruebas de sonido iniciales lograron prever). En una excelente oportunidad para improvisar, Romina, la otra protagonista del discurso, cubrió satisfactoriamente el bache. Pero al cabo de quince minutos, el “bache” estaba convirtiéndose en un profundo agujero, lo que las obligó a modificar el esquema de su exposición. Haciendo tiempo para que la tecnología se amigara con el sonidista, se decidieron por explayarse en los objetivos que perseguía su proyecto, aludiendo al uso de su vocación como herramienta al servicio de la democracia de los medios y hablando de la subjetividad de la comunicación comunitaria por estar dirigida desde personas que no son neutrales (me pienso totalmente identificada con esta postura). Justo a tiempo, las voces grabadas afloraron. Luego de escuchar el prometido inicio radial, aprovecharon la tregua que les dio el conflictivo sistema de sonido para introducir un segundo audio, esta vez conteniendo varios testimonios acerca de la identidad de la estación y de sus transformaciones a través de los años, incluyendo una muestra musical que “aporta la parte estética”.
Al mirar a mi alrededor, descubro que la sala está casi llena. Me permito evadirme momentáneamente de la alocución porque sé que el MP3 sigue supliendo mi falta de atención, aunque de repente una sensación de irresponsabilidad me invade e intento volver a focalizarme. Después de todo, no quiero ser conciente de que, en ese momento, la tecnología supera ampliamente a mi biología. La prédica llega a su fin. Un break para un café emerge reconfortante.
Me acomodo en la silla, será el turno de los que proponen el “Cine en Movimiento”. Se proyectan cortometrajes protagonizados y producidos por los chicos de un taller comunitario que viven en una de las villas bonaerenses, con el aporte de un trabajador social. A juzgar por la intensidad de los aplausos posteriores, pareciera ser que los videos (o el contexto en que se hicieron) manifiestan ciertas perspectivas, formas de encarar la realidad con una vocación de servicio (propio de la rama comunitaria), que muchos de los presentes comparten y alaban. Ramiro, el organizador de estos talleres, se toma unos minutos para explicar los objetivos de su emprendimiento. Agradece a aquellos que, ya sea con su mano de obra o con el aporte de instrumentos, colaboran con el progreso de este proyecto, agradece nuestra atención y se despide.
Llegan los representantes de “El teatro de los vivos” con su proyecto de “Teatro y foro”. Se descubre la finalidad de aquellas cajas en el escenario y las gorritas: cumpliendo una misión completamente funcional a la obra que representarán bajo el título de “Teatro del oprimido”. Muestran así, valiéndose del humor, una típica escena de opresión laboral en un local de comidas rápidas.
La disposición semicircular no era casual. Esta organización intentaba facilitar la discusión que se fomenta luego de la puesta en escena, haciendo justicia a la segunda parte del nombre del proyecto. Plantean la problemática de buscar alguna manera alternativa de distender esta tensión mostrada en la actuación. Claudio (el mismo que había hablado al principio) propone la intervención del público (que representaría metafóricamente a los clientes en una situación de la vida cotidiana) para evitar la situación opresiva. Incorporando este nuevo aporte, la escena se vuelve a representar. Esta vez, nos toca intervenir a nosotros. De alguna forma los roles que estaban establecidos ya no están claros. Todo termina en una carcajada generalizada producto de la espontánea e imprevista manifestación popular. Después de unos minutos, un debate, ya más serio, se genera. Muchas quieren opinar pero, sin embargo, la falta de tiempo se padece. Necesariamente, Nelson Cardozo interviene: “¿alguna pregunta más?”. Se escuchan dos o tres requerimientos de información sobre dónde se presentan los actores. El que contesta aprovecha para invitarnos a reflexionar acerca de la idea de la creación colectiva para poder cambiar la comunicación en la sociedad actual. Van y vienen unos pocas interrogantes más con sus ajustadas respuestas.
Ya es tarde y hay que irse. Apago mi grabador, guardo mis cosas y me dirijo a la salida. Mientras camino a la parada del colectivo, repaso todo lo que escuché y siento mi espíritu movilizado. Una pregunta me retumba en la cabeza: ¿por dónde empiezo?

Notas de "Los Mares del Sur", de Césare Pavese

En “Los mares del sur”, de Césare Pavese, se narra la historia del que se va y de lo que eso suscita en los que se quedan desde el punto de vista de uno de estos últimos. Un primo que parte a otras tierras en busca de aventuras, despreocupado y quizás hasta inconciente de que los que lo vieron partir están tan pendientes de su situación que hasta necesitan sacar conclusiones apresuradas para no tener que lidiar con la desesperación de la incertidumbre. Esa incertidumbre de no saber del paradero de aquel despreocupado viajero. Algunos deducen que murió, otros que sino ha perecido, lo hará pronto. Porque quizás es mas sencillo inventarle un final a una historia que nos descoloca que reconocer el hecho de que no tenemos certezas. Cuántas veces necesitamos completar alguna situación de nuestra vida para no aceptar que nunca sabremos todo. Para no desesperarnos por tener que mirar el mismo cristal desde cientos de ángulos distintos. Para no derrumbar el castillo de arena que tanto nos constó construir. Seguramente mucho tienen de reales las cosas que suceden a nuestro alrededor, pero hay mucho lugar también para la imaginación. A veces porque nos cuesta ver la verdad, o porque no estamos acostumbrados a saberla, y nos conformamos con ver las sombras de lo que es, como bien pensó Platón alguna vez. Así también aquellos son los que, por desinformación, desconocimiento, conjeturan posibles futuros para alguien que se desprende de su pasado y que ya no comparte con ellos su presente. Pero también creo que hay uno, por lo menos, que recibe al viajero con ansias de conocer las aventuras que éste atravesó, los sitios que transitó, las sensaciones que afloraron. Creo que siempre hay al menos uno que se arriesga al dolor de lo desconocido, de lo que no sabe, para descubrir que vale la pena esperar cuando se tiene una razón.

Notas de "Estar allí", de Clifford Geertz

Clifford Geertz, en su texto “Estar allí”, se aboca a desentrañar el rol de la escritura en la antropología. Su composición ilustra la posición del etnógrafo en la comunidad. El objetivo de éste es poner a la disposición de esta última la información que recolectó al haber ido a los sitios sobre los cuales desarrolla su investigación, el trabajo de campo, el haber “estado allí”. Esto es lo que les permite a los antropólogos convencernos de que lo que dicen es verdadero, sin embargo, esta credibilidad estará sujeta a la eficacia de algunos más que otros a la hora de transmitir su experiencia. Así mismo, según Focault, los discursos literarios resultantes de plasmar estas vivencias serán recibidos según la confianza que inspire su autor.
Es igualmente importante evitar que la visión subjetiva coloree los hechos objetivos que se observan. Debiendo estar controlada la relación entre observador y observado. A pesar de esto, Danforth enuncia su preocupación con respecto a la distancia que existe con el Otro. Mientras que para algunos la brecha del extrañamiento permanece rígida, denotando una perspectiva más científica, para otros, en cambio, el hecho de estar observando una realidad en la que se ven inmersos, pasan a percibir lo que antes era ajeno como cercano y esto conlleva a involucrarse con el objeto de la investigación, haciendo surgir así lo que Danforth pretende: una antropología más humanista. Se debe entonces, encontrar un equilibrio entre ambos extremos, para evitar caer en el impresionismo, la insensibilidad o el etnocentrismo, proponiendo una visión íntima y, a la vez, una evaluación fría de la situación.
Sostiene también que el antropólogo debe ser lo suficientemente hábil como para convencer al lector de que realmente ha estado allí, mediante la fuerza de sus argumentos, y de que si el lector hubiese estado también en ese lugar, hubiera visto, sentido y concluido lo mismo que él. Esto es lo que hace que tome una importante relevancia la presencia tangible del autor en cada página.
Por su parte, Barthes plantea la diferencia entre “autor” y “escritor”, sosteniendo que el primero plantea que escribir es una meta para la que el lenguaje actúa como un medio que sostiene una praxis, como un instrumento de comunicación, un vehículo del pensamiento. Mientras que al segundo se refiere como alguien que transforma radicalmente el porqué de las cosas en un cómo escribir.
El desafío estará en poder transmitir la realidad de la forma más transparente posible, sin dejar de tener en cuenta que al cabo de cierto tiempo de contacto, como seres sociales que somos, esa realidad también engloba la propia.

lunes, 5 de mayo de 2008

Etnografía (Redescubriendo la facultad)

Entrar a la facultad de Ciencias Sociales (la de Franklin y Ramos Mejía, vale aclarar) por primera vez provoca una sensación que nada tiene que ver con la que genera el hecho de hacerlo asiduamente. Ya desde afuera, la sede delata los continuos descuidos de la que es víctima hace años, quizás, desde siempre. Pero entrar no mejora las cosas. Sino, más bien, por difícil que sea imaginarlo, las empeora. Uno se encuentra en medio de una catarata de carteles que cuelgan de las paredes, que asoman desde los stands de las diversas corrientes políticas, que decoran las escaleras. Es abrumadora la cantidad de información que compite por la atención de aquellos que ingresan. Es imposible no notarlos, pero, sin embargo, uno aprende a ignorarlos. Esta actitud cambia cuando la propuesta es mirar y no ver. Cuando te paras en seco para observar, con mirada crítica, a tu alrededor. Y eso es lo que yo hice la semana pasada. Con la razón del paro (uno más y van...), básicamente por la petición de mejoras salariales y laborales en general, se me incitó a analizar la realidad no sólo social, referida a los afectados de la situación (ya sea la de los docentes que pugnan por el respeto de sus derechos o los alumnos que intentan ponerse en sus zapatos y avalar, aunque sea en silencio, la eterna lucha) sino también edilicia. Así es como, despúes de casi un año de recorrer los pasillos, los pude mirar con otros ojos. Es increíble cómo uno logra encariñarse con el tiempo. Como se va adueñando de aquéllos rincones que siente propios. Una sensación que, por supuesto, no experimentan los que visitan el lugar con la idea de un paseo turístico. La facultad es, a su manera, acogedora. Quienes la tildan de fría no conocieron el comedor, donde por el solo hecho de cursar ahí, la solidaridad entre todos es moneda corriente. O donde el mate jamás faltará, aún para los que no puedan retribuir económicamente el servicio. Para los que se jactan de que la tecnología es una ausente extranjera, una salita de informática o un estudio de radio bien equipado se atreven a hacerles frente. Los que remarcan la decadencia de la calidad de los profesores jamás presenciaron una clase de un docente que enseña sin otra recompensa que la de ejercer su vocación. Los que hablan de una política unilateral nunca vieron las paredes tematizadas con las distintas ideologías que sustentan los partidos. Es fácil reconocer las disidencias internas traducidas en una multiplicidad interpretativa de distintas cuestiones relevantes. Aquéllos que piensan que es un lugar lúgubre, aburrido, triste, pasaron de largo las peculiares obras de arte plasmadas en las paredes, los animados textos que se desarrollan en las puertas de los cubículos de los baños, los carteles que invitan a fiestas y reuniones de distintos tipos. En la facultad donde se estudia la carrera de Comunicación, todo comunica. Y los canales para su desarrollo parecen no tener límites. Pero, con ésto, no quiero decir que todo sea color de rosa. Hay otra parte, la que ostenta fallas en esa comunicación, permitiendo que surjan situaciones que traen aparejadas injustas consecuencias, dando lugar a luchas de intereses. Hay toda una faceta que debería ser mejorada, sin lugar a dudas. No voy a adentrarme en la cuestión política, que implicaría interiorizarme con la administración del presupuesto Estatal, sino que voy a referirme a las que son las evidencias más cotidianas de la falta de atención que se sufre. Para dotarla de cierto humor, en un intento de desdramatizar la grave situación que se atraviesa, voy a hacer hincapié en las originales, por llamarlas de alguna manera, manifestaciones de precariedad que se viven. La falta de una biblioteca mejor hace que un cubículo enrejado con unos pocos asientos desperdigados reciba esa inmerecida denominación. Lo que debería ser un ambicioso espacio de información e interacción se muestra como uno de los lugares menos seductores. El desinteres de los que deberían ocuparse y, a estas alturas, preocuparse, se refleja en las paredes descascaradas o con huecos intrigantes, las escaleras inestables, las ventanas inaccesibles o inexistentes, los espacios reducidos. Ficheros que vagan por algún piso, desorientados. Sillas en los pasillos que intentan invitar a una precaria lectura entre clases. Candados inútiles, máquinas expendedoras de bebidas con fechas de vencimiento que sería mejor no intentar deducir. Librerías que desentonan por el simple hecho de estar prolijas o tener alfombra. Obviamente, hay mucho por hacer y poco que se hace. Pero la esperanza es lo último que se pierde, dicen. Así que, pensando en la mitad del vaso lleno, respiro hondo, tomo un mate y apuesto a que pueda lograr conseguir los baldes de pintura rosa y que otros tantos, con los mismos anhelos que yo, me ayuden a pintar, antes de que las paredes se vengan abajo y ya sea demasiado tarde.