Escribir un ensayo no era algo a lo que estuviera acostumbrada a hacer. Quizás alguna vez lo había hecho, pero sin duda, no había sido conciente de que mis líneas hubieran cargado con ese nombre. Sin embargo, cerca de termina el año y la materia, era momento de que empezara a entender de qué se trataba embarcarse en ese género narrativo. En general, yo buscaría en algún libro, tal vez en el diccionario, la definición de la palabra para saber por dónde empezar, qué hacer, pero esta vez fue distinto. La profesora ya me tiene acostumbrada a este tipo de accionar, pero, así y todo, nunca logro dejar de sorprenderme. Antes de saber cómo escribirlo, quería que pensáramos en qué escribir. Así fue que Celia Güichal, las citas sobre viajes y variados tipos de viajeros llegaron a mis manos con la ilusión de ser herramientas que me permitieran empezar a gestar una idea, un pensamiento que me inspirara con la suficiente fuerza como para impulsarme a llevar a cabo mi trabajo final. Me quedó, como se dice, picando, una frase que leí en dicho material y que fue, casi sin darme cuenta, el principio de mi viaje, que culminaría con el escrito último.
“Desde Moscú se aprende más rápido a ver Berlín que Moscú mismo”
(Walter Benjamin)
(Walter Benjamin)
Esa oración me despertó una serie de sensaciones que, conforme iba avanzando en el proceso, se iban desencadenando continuamente, una tras otra. No se si les pasará a todos, pero para mí es muy fuerte el hecho de sentir que la distancia siempre propone un punto de vista más complejo, más abarcativo y más claro. Como quien, desde la cima de una montaña, puede tener una vista panorámica de todo lo que hay debajo. Pero, así como se ve de forma más completa, más acabada, también se ve más pequeño, en perspectiva diríamos. No verlo, entonces, como es realmente sino, por decirlo así, distorsionado. Y eso me llevó a salir un poco de lo literal de los espacios geográficos para adentrarme en la forma de ver las cosas en la vida. En este sentido, me inspiró el texto de José Saramago: “Mi subida al Everest” al ver la forma en que aplicaba esa experiencia como metáfora de algo más abstracto, más profundo.
Muy seguido, me pasa algo bastante particular: noto que me resulta más fácil imaginar como positivo lo que veo como lejano y encontrar lleno de defectos lo que está más cerca, lo que tengo alrededor. Cual persona mayor que se repite una y otra vez que tiempos pasados fueron mejores y siente que pierde cada día un poco más de esa felicidad, yo siento, y muchas veces me convenzo, de que lo que está allá afuera, lo que no me está pasando a mí, tiene mucho más para ofrecerme de lo que puede brindarme mi sitio actual, mi realidad presente. Me pasó cuando pensaba en cambiarme de la primer carrera a la que me había inscripto (viéndole todos los defectos a la que estaba transitando hasta que me cambié y empecé a verle los defectos a la nueva, que antes había sido casi de ensueño) y me pasa hoy en día cuando planeo irme a vivir a otro lado al recibirme.
Es un hecho que la Capital no me entusiasma para permanecer a largo plazo (y supongo fue por ese motivo que me costó encontrar los beneficios de ese estilo de vida para plasmar en mi ensayo) pero quizás haya que diferenciar entre la emoción de algo nuevo, de una aventura, de escapar a la rutina y el verdadero plan de vida que quiera llevar a cabo. El miedo que implica embarcarse en algo nuevo muchas veces es menor que el miedo que implica quedarse y enfrentar lo que tenemos.
En base a estas ideas que me revolotean en la cabeza desde hace años, que se renuevan cada vez que vuelvo de unas vacaciones en algún pueblito alejado de la vida citadina, es que me senté a escribir el ensayo. Es algo que no solo me parece interesante como proposición de reflexión para los demás, sino que es algo que siento me debía como reflexión a mi misma. Y casi como fidelidad al género, esto es solo el principio, es solo la punta de la soga que me llevará a descubrir qué es lo que realmente me hará feliz, a conciencia y no como un impulso rebelde. Esto es ni más ni menos que un ensayo.
Muy seguido, me pasa algo bastante particular: noto que me resulta más fácil imaginar como positivo lo que veo como lejano y encontrar lleno de defectos lo que está más cerca, lo que tengo alrededor. Cual persona mayor que se repite una y otra vez que tiempos pasados fueron mejores y siente que pierde cada día un poco más de esa felicidad, yo siento, y muchas veces me convenzo, de que lo que está allá afuera, lo que no me está pasando a mí, tiene mucho más para ofrecerme de lo que puede brindarme mi sitio actual, mi realidad presente. Me pasó cuando pensaba en cambiarme de la primer carrera a la que me había inscripto (viéndole todos los defectos a la que estaba transitando hasta que me cambié y empecé a verle los defectos a la nueva, que antes había sido casi de ensueño) y me pasa hoy en día cuando planeo irme a vivir a otro lado al recibirme.
Es un hecho que la Capital no me entusiasma para permanecer a largo plazo (y supongo fue por ese motivo que me costó encontrar los beneficios de ese estilo de vida para plasmar en mi ensayo) pero quizás haya que diferenciar entre la emoción de algo nuevo, de una aventura, de escapar a la rutina y el verdadero plan de vida que quiera llevar a cabo. El miedo que implica embarcarse en algo nuevo muchas veces es menor que el miedo que implica quedarse y enfrentar lo que tenemos.
En base a estas ideas que me revolotean en la cabeza desde hace años, que se renuevan cada vez que vuelvo de unas vacaciones en algún pueblito alejado de la vida citadina, es que me senté a escribir el ensayo. Es algo que no solo me parece interesante como proposición de reflexión para los demás, sino que es algo que siento me debía como reflexión a mi misma. Y casi como fidelidad al género, esto es solo el principio, es solo la punta de la soga que me llevará a descubrir qué es lo que realmente me hará feliz, a conciencia y no como un impulso rebelde. Esto es ni más ni menos que un ensayo.
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