“Río Arriba”, en su hora y pico de duración, nos abre las puertas a una parte del mapa de Argentina para muchos desconocida. Producido y protagonizado por Ulises de la Orden, quien emprende un viaje desde su Buenos Aires natal hacia Iruya, una localidad salteña ubicada a noventa kilómetros de Humahuaca, este documental promete más que imágenes pintorescas. Allí, las comunidades indígenas de la zona, kollas y aymaras, intentan mantener con vida su cultura, a pesar del desgaste padecido por sus miembros debido a los prolongados períodos de explotación que sufrieron como zafreros en un ingenio azucarero. De la Orden intenta reconstruir, asimismo, la historia de su bisabuelo, don Manuel, quien había logrado progresar gracias al ingenio de San Isidro, del cual era propietario.
Se puede apreciar claramente la intencionalidad de Ulises de mostrar el lado que no se ve, la realidad que muy pocos conocen, aventurándose a recorrer esta provincia del norte argentino con una mirada etnográfica que de cuenta de la situación que atravesaron aquellos pueblos y de las secuelas que deben enfrentar. Sin duda, el protagonista atraviesa una odisea digna de asociar al personaje homónimo que muy bien supo describir Homero. Utilizando medios de transporte de toda índole (tren, ómnibus, lomo de burro) logra adentrarse en el corazón de Iruya, recorriendo rincones que le ayuden a contar la “otra” historia. Asistido por testimonios de los lugareños, Ulises empieza a mezclarse con ellos, a pesar de que su vestimenta delata su condición de extranjero. Deja afuera sus prejuicios y reconstruye la historia de los ingenios y de los zafreros. Revela el desarraigo que estos últimos padecieron evidenciado en el estado lamentable que merecieron las terrazas de cultivo abandonadas, donde los aborígenes desarrollaban su economía de autoabastecimiento antes de pasar a ser trabajadores en relación de dependencia. Sin embargo, no deja de lado la exposición de la actividad artesanal a la que muchos de ellos lograron dedicarse de manera autónoma. Así, el efecto de la película se manifiesta como una propuesta a admirar la entereza y la convicción con la cual los pueblos castigados intentan mantener sus costumbres en pie. También se identifica la invitación a la valoración de la economía de estas culturas que muchas veces, por ser diferentes al proyecto capitalista imperante, son disminuidas y menospreciadas.
El film se completa con imágenes alucinantes de la provincia que suscitan el respeto a la naturaleza, tantas veces relegada al olvido. Por último, la música del humauaqueño Ricardo Vilca acompaña a la perfección el sentimiento de solidaridad que a uno se le despierta cuando ve una producción como ésta.
Sin embargo, con todo lo que hace a este documental destacarse, yo me quedo con el sentimiento de culpa que, por motivos personales, también Ulises supo abrigar, al reconocerme en la actitud de don Manuel de la Orden, que, creyendo que les brindaba a los indígenas una oportunidad de progreso, terminó por perjudicarlos. Porque, al fin y al cabo, ¿no somos todos, a veces, un poco como él, imponiéndole a los demás lo que nosotros creemos mejor y lavando nuestras potenciales culpas con la idea de que hicimos un bien o, en todo caso, evitamos un mal mayor? Creo que la mejor moraleja que podemos llevarnos es la de respetar y aprender de aquel que es diferente a uno, algo que nuestro etnocentrismo y soberbia muchas veces nos dificulta apreciar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario