Ricardo Piglia, en su “Tesis sobre el cuento”, sostiene que existen dos caras de un cuento: una visible, evidente, detectable (historia 1) y otra secreta, cifrada (historia 2). Ambas son narradas de manera distinta pero, al cruzarse, es cuando la trama cobra fuerza. Se manifiesta en la superficie del relato la historia que había estado oculta, provocando un efecto sorpresa en el lector y constituyendo así la clave de la forma del cuento. Los problemas técnicos que este último plantea surgen de narrar una historia mientras se está narrando la otra. La forma en que ambas se entrelacen dependerá de cada autor.
En “En el mar. Cuento de marineros” de Chejov, hay una tensión entre las dos historias que no se termina de resolver. Se narra la experiencia de dos marineros (padre e hijo) que resultan beneficiados con la posibilidad de observar, a través de pequeños orificios en la pared, la situación que se desenvuelve en el camarote de luna de miel del barco en donde se hallan.
En este caso, al lector le toca la tarea de descifrar la segunda historia, la que no se muestra, ya que si bien se dan ciertas pistas contenidas en la historia primera que pueden conducir a una conclusión (una transacción entre un banquero y el novio que se efectúa luego de que el último convence a su novia de quedarse sola en el cuarto con el primero, a cambio de una determinada suma de dinero), ésta se basa en puras suposiciones.
En el caso de “La forma de la espada” de Borges, el narrador asume un rol expectante similar al del lector frente a la historia que uno de los personajes refiere. Se trata de una vivencia pasada que se vincula con una cicatriz en la cara de este último y de una experiencia que comienza por posicionarlo como víctima para terminar confesándose como victimario.
Así, la segunda historia emerge de forma explícita con la confesión de este personaje, que utiliza el recurso del engaño durante casi todo el relato para asegurarse la atención del oyente, que vendría a traducirse también en la del lector.
Por último, en “¿Por qué no bailan?” de Carver, se detallan las actitudes del dueño de una casa que traslada todos los muebles y artefactos desde el interior de la vivienda hacia el jardín delantero. La historia no explicita las causas de tal decisión, sin embargo contamos con la mención que se hace de una mujer, un “ella” que bien podría ser blanco de infinitas lucubraciones por parte del lector. El protagonismo en el cuento muta y pasa a focalizarse en una pareja de jóvenes que, curiosos, se acercan a comprar algunas de las cosas expuestas. El hombre termina por invitarlos a compartir un whisky, poniendo música e incitándolos a bailar. En el desenlace, la chica baila también con el dueño de la casa y los jóvenes se retiran con varios obsequios que éste les hizo. Acto seguido, se manifiesta en el cuento la situación de la chica contando una y otra vez su experiencia a todo aquel que quisiera oírla.
En este caso, ambas historias están poco diferenciadas, ya que no está muy claro qué es lo que puede darse por supuesto y qué es lo que debe inferirse. Sin embargo, no es esto lo más importante, sino que el lector está frente a un remolino de sucesos sin demasiada lógica o conexión racional y debe encargarse de imprimirle un orden subjetivo y un sentido a los hechos. Esto en el caso de que uno piense que es necesario y posible controlar lo que nos sucede en la vida y que es inteligente jerarquizarlo sólo para jactarnos de tener un par de “sapiens” enalteciendo a nuestro característico género “homo”.
...hacer camino al andar, porque todo muta, todo se transforma; porque antes de ser palabra fue idea, antes de ser abrazo fue amor, antes de ser sonrisa fue satisfacción, antes de ser certeza fue incertidumbre, antes de ser seguridad fue duda; porque incluso el Universo, antes de ser Universo, fue caos...
lunes, 23 de junio de 2008
domingo, 8 de junio de 2008
Exposiciones fotográficas: dos por una
“Apurate Ani, no quiero volver muy tarde porque tengo mucho que corregir”, mi mamá, docente, intentaba sin éxito agilizar mi proceso de alistamiento previo a salir. Digo sin éxito porque si hay algo que rescato de las frases que mi abuela solía decirme es que, al final, siempre son el mejor consejo. En este caso, yo citaba a Napoleón una y otra vez en mi mente: “vísteme despacio, que estoy apurado”. Siempre me dio resultado, sobre todo porque mi torpeza es un rasgo característico que aumenta proporcionalmente a mi intencionalidad de evitarla. Terminé de atarme los cordones de las Converse, agarré la campera y salí a la vereda, donde ella me esperaba con las llaves en la mano y con cara de resignación.
-“¿Qué es lo que vamos a ver?”, me preguntó mientras nos acomodábamos en los últimos asientos del colectivo.
-“Fotos”. Le expliqué brevemente la temática de la muestra “Los chatarreros”, que Martín Santander plasmaba en imágenes. Que él era argentino pero vivía en Bélgica y que se había inspirado en hechos de la vida cotidiana, partiendo de una postura de inserción en la realidad que buscaba mostrar. A decir verdad, yo tampoco tenía muchos datos, apenas algunas líneas aportadas por una reseña. Había entrado a Internet y buscado exposiciones en distintos lugares que pudieran resultarme atractivas. Me quedé con la propuesta del Teatro San Martín y hacia allí nos encaminábamos. Mi mamá había aceptado acompañarme para que yo no tuviera que ir sola básicamente, aunque también influía el hecho de que disfrutaba pasear un domingo a la tarde, sobre todo cuando en mi casa se respiraría fútbol durante horas. Después de terminar el trayecto en subte, nos encontramos a metros de nuestro lugar de destino. Entramos. Yo estaba desconcertada, jamás había estado ahí y no sabía por dónde empezar. Miré a mi alrededor y alcancé a ver unos cuadros en el primer piso. “Debe ser eso”, ella señalaba unas obras enmarcadas que aguardaban al otro lado de la escalera. Asentí. Subimos y empezamos a examinar las fotografías. Mostraban a algunos integrantes de una comunidad establecida en Valonia (Bélgica) que vivían de desarmar los elementos que habían caído en desuso, amparados por una casa rodante precaria que conformaba su hogar, con ventanas que tenían una privilegiada vista a las chapas, los neumáticos y los restos de autos y electrodomésticos apilados. Recorrimos un pasillo y luego el otro, que aportaba más fotos parecidas, aunque en éstas se distinguía al fotógrafo del otro lado de la cámara, trabajando con aquellos pobladores. A eso se referiría con introducirse en su realidad, interiorizarse para no personificar el ojo extraño, ajeno. Habían chicos, grandes, ancianos. Imágenes más crudas fieles a su estilo de posguerra y otras que me resultaban cálidas y humanas en medio de un paisaje tan desolador. Se veía a las personas sonreír, tomar café, jugar con los perros a pesar de que lo menos depresivo de su hábitat era un árbol sin hojas. Recordé las conclusiones que había rescatado del territorio de guerra del Taller y lo apliqué a lo que estaba observando: en medio de lo que es más notorio y resulta desalentador (una guerra, un terreno lleno de chatarra) siempre subsiste la vida cotidiana, que emerge a la superficie cuando uno se aparta de lo superficial, de lo más manifiesto y evidente. Y eso era lo que había logrado Martín, eso era lo que yo estaba percibiendo y era lo mejor que podía rescatar hasta ese momento. Obviamente el hecho de que mi mamá no estuviera en mi cabeza para llegar a la misma conclusión que yo, se le notaba en la expresión de la cara, hasta ese momento nada le gustaba. “No se que hace la gente mirando esto” la escuché decir en un momento del trayecto.
Ya al final, me entretuve leyendo una explicación introductoria que me hizo comprender que había empezado mi recorrido por el pasillo equivocado. Unas mujeres, parte de esa “gente” a la que había aludido mi mamá, manipulaban un folleto de la muestra. Me apresuré a preguntar por el lugar donde podría conseguirlo y me guiaron hacia la “foto galería” de la planta baja. Por supuesto que hubiera jurado que acababa de aparecer, antes no la había visto siquiera, aunque ostentaba un enorme cartel que indicaba la entrada por una puerta vaivén difícil de ignorar. Resuelta a buscar lo que quería e irme, traspasé la abertura. Mi mamá me seguía, supongo que creyendo que yo sabía lo que hacía. Me sentía una guía de turismo a la que le habían dicho que iría a Jujuy para luego enviarla a Bariloche totalmente desinformada. Para nuestra sorpresa, el salón estaba plagado de fotos, era otra muestra. Tomé un folleto de ésta también para instruirme. Se trataba de “Índice negro”, una creación de Bruno Dubner, también argentino, que en sus fotos había manejado con envidiable creatividad la luz y la oscuridad. Mucho más enigmático que el anterior, su trabajo conseguía hacer volar la imaginación. Uno no sabía bien qué era lo que estaba viendo, pero eso no era necesario, lo que se destacaba era el efecto producido y no su comprensión. Yo hubiese definido como más antropológica la primer exposición y como misteriosa la segunda, mi mamá, menos familiarizada con los conceptos universitarios de los que yo me podía valer, lo resumió en pocas palabras: “la anterior era costumbrista, ésta es más libre”. Sí, esa era la palabra, libre. Así se sentía, sin tener que pensar en una realidad social determinada, sin apelar a la conciencia, sin rozar con la moral que proponía la muestra de Santander, ésta se trataba simplemente de ver lo que uno quería, no lo que era. Una combinación de colores, de brillo y opacidad lograba efectos sorprendentes y totalmente subjetivos. Tanta complejidad como es la de introducirse en la imaginación, en el inconciente, en la fantasía estaba plasmada en algo tan simple como podía ser un foco difuso de luz. Y mi mamá, una vez más, logró captar la idea a la perfección y expresarla claramente: “fijate cómo se pueden producir tantas sensaciones mostrando tan poco”. Asentí. Evidentemente, a juzgar por su satisfacción al dejar la sala, había disfrutado mucho más estas imágenes. Y siendo otra excepción en el día a nuestra usual y conflictiva relación, basada en una simple regla generacional, una vez más, coincidía absolutamente con ella. Sin duda, la vida está en los detalles.
-“¿Qué es lo que vamos a ver?”, me preguntó mientras nos acomodábamos en los últimos asientos del colectivo.
-“Fotos”. Le expliqué brevemente la temática de la muestra “Los chatarreros”, que Martín Santander plasmaba en imágenes. Que él era argentino pero vivía en Bélgica y que se había inspirado en hechos de la vida cotidiana, partiendo de una postura de inserción en la realidad que buscaba mostrar. A decir verdad, yo tampoco tenía muchos datos, apenas algunas líneas aportadas por una reseña. Había entrado a Internet y buscado exposiciones en distintos lugares que pudieran resultarme atractivas. Me quedé con la propuesta del Teatro San Martín y hacia allí nos encaminábamos. Mi mamá había aceptado acompañarme para que yo no tuviera que ir sola básicamente, aunque también influía el hecho de que disfrutaba pasear un domingo a la tarde, sobre todo cuando en mi casa se respiraría fútbol durante horas. Después de terminar el trayecto en subte, nos encontramos a metros de nuestro lugar de destino. Entramos. Yo estaba desconcertada, jamás había estado ahí y no sabía por dónde empezar. Miré a mi alrededor y alcancé a ver unos cuadros en el primer piso. “Debe ser eso”, ella señalaba unas obras enmarcadas que aguardaban al otro lado de la escalera. Asentí. Subimos y empezamos a examinar las fotografías. Mostraban a algunos integrantes de una comunidad establecida en Valonia (Bélgica) que vivían de desarmar los elementos que habían caído en desuso, amparados por una casa rodante precaria que conformaba su hogar, con ventanas que tenían una privilegiada vista a las chapas, los neumáticos y los restos de autos y electrodomésticos apilados. Recorrimos un pasillo y luego el otro, que aportaba más fotos parecidas, aunque en éstas se distinguía al fotógrafo del otro lado de la cámara, trabajando con aquellos pobladores. A eso se referiría con introducirse en su realidad, interiorizarse para no personificar el ojo extraño, ajeno. Habían chicos, grandes, ancianos. Imágenes más crudas fieles a su estilo de posguerra y otras que me resultaban cálidas y humanas en medio de un paisaje tan desolador. Se veía a las personas sonreír, tomar café, jugar con los perros a pesar de que lo menos depresivo de su hábitat era un árbol sin hojas. Recordé las conclusiones que había rescatado del territorio de guerra del Taller y lo apliqué a lo que estaba observando: en medio de lo que es más notorio y resulta desalentador (una guerra, un terreno lleno de chatarra) siempre subsiste la vida cotidiana, que emerge a la superficie cuando uno se aparta de lo superficial, de lo más manifiesto y evidente. Y eso era lo que había logrado Martín, eso era lo que yo estaba percibiendo y era lo mejor que podía rescatar hasta ese momento. Obviamente el hecho de que mi mamá no estuviera en mi cabeza para llegar a la misma conclusión que yo, se le notaba en la expresión de la cara, hasta ese momento nada le gustaba. “No se que hace la gente mirando esto” la escuché decir en un momento del trayecto.
Ya al final, me entretuve leyendo una explicación introductoria que me hizo comprender que había empezado mi recorrido por el pasillo equivocado. Unas mujeres, parte de esa “gente” a la que había aludido mi mamá, manipulaban un folleto de la muestra. Me apresuré a preguntar por el lugar donde podría conseguirlo y me guiaron hacia la “foto galería” de la planta baja. Por supuesto que hubiera jurado que acababa de aparecer, antes no la había visto siquiera, aunque ostentaba un enorme cartel que indicaba la entrada por una puerta vaivén difícil de ignorar. Resuelta a buscar lo que quería e irme, traspasé la abertura. Mi mamá me seguía, supongo que creyendo que yo sabía lo que hacía. Me sentía una guía de turismo a la que le habían dicho que iría a Jujuy para luego enviarla a Bariloche totalmente desinformada. Para nuestra sorpresa, el salón estaba plagado de fotos, era otra muestra. Tomé un folleto de ésta también para instruirme. Se trataba de “Índice negro”, una creación de Bruno Dubner, también argentino, que en sus fotos había manejado con envidiable creatividad la luz y la oscuridad. Mucho más enigmático que el anterior, su trabajo conseguía hacer volar la imaginación. Uno no sabía bien qué era lo que estaba viendo, pero eso no era necesario, lo que se destacaba era el efecto producido y no su comprensión. Yo hubiese definido como más antropológica la primer exposición y como misteriosa la segunda, mi mamá, menos familiarizada con los conceptos universitarios de los que yo me podía valer, lo resumió en pocas palabras: “la anterior era costumbrista, ésta es más libre”. Sí, esa era la palabra, libre. Así se sentía, sin tener que pensar en una realidad social determinada, sin apelar a la conciencia, sin rozar con la moral que proponía la muestra de Santander, ésta se trataba simplemente de ver lo que uno quería, no lo que era. Una combinación de colores, de brillo y opacidad lograba efectos sorprendentes y totalmente subjetivos. Tanta complejidad como es la de introducirse en la imaginación, en el inconciente, en la fantasía estaba plasmada en algo tan simple como podía ser un foco difuso de luz. Y mi mamá, una vez más, logró captar la idea a la perfección y expresarla claramente: “fijate cómo se pueden producir tantas sensaciones mostrando tan poco”. Asentí. Evidentemente, a juzgar por su satisfacción al dejar la sala, había disfrutado mucho más estas imágenes. Y siendo otra excepción en el día a nuestra usual y conflictiva relación, basada en una simple regla generacional, una vez más, coincidía absolutamente con ella. Sin duda, la vida está en los detalles.
lunes, 2 de junio de 2008
Notas de "El héroe de las mil caras", de Joseph Campbell
Joseph Campbell, en “El héroe de las mil caras”, hace un análisis psicológico del mito. En su texto vincula a este último con el sueño ya que manifiesta que ambos son productos espontáneos de la psique, cuya fuente encuentra su fuerza en su propio interior. Sin embargo, también establece una diferencia: en el sueño (mito personalizado), las formas son distorsionadas por las formas peculiares al que sueña, mientras que en el mito los problemas y las soluciones mostrados son válidos para toda la humanidad. Se explaya en el tema caracterizando a la mitología como una especie de ayuda espiritual que intenta suplir aquellos símbolos que hacen avanzar al espíritu humano, a fin de contrarrestar las fantasías que lo atan al pasado. Para este autor, más allá del tiempo o lugar en que se originen, puede encontrarse siempre la misma historia, que se mustra constante más allá de la presencia de leves variaciones.
Aparece la figura del monstruo-tirano como aquel avaro que produce estragos y caos, generando gritos de pedido de auxilio al héroe redentor, cuya existencia libertará a la tierra. El héroe es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales o locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales. Éste tiene dos principales misiones. La primera consiste en retirarse de la escena del mundo de los efectos secundarios a aquellas zonas causales de la psique que es donde residen las verdaderas dificultades, y allí aclararlas o borrarlas para llegar hacia la experiencia y la asimilación de las “imágenes arquetípicas” (formas de naturaleza colectiva que toman lugar en toda la Tierra, que constituyen el mito y que al mismo tiempo son productos autóctonos e individuales de origen inconciente). Éste es el proceso conocido como “discriminación”. La segunda tarea es volver de su hazaña transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida.
El camino común de la aventura mitológica del héroe es la fórmula de separación- iniciación- retorno. El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; regresa de su misteriosa peripecia con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos. La aventura del héroe sigue el modelo de una separación del mundo, la penetración a alguna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla con más sentido. A esta etapa de separación le sigue la de pruebas y victorias de la iniciación y posteriormente, la de regreso y reintegración a la sociedad, que, desde el punto de vista de la comunidad, es la justificación del largo retiro del héroe.
Se establece, asimismo, la diferencia entre el héroe del cuento de hadas y el del mito. Mientras que el primero alcanza un triunfo domestico y microscópico, se adueña de poderes extraordinarios y prevalece sobre sus opresores personales, el segundo goza de un triunfo macroscópico, histórico-mundial y vuelve de su aventura con los medios para lograr la regeneración de su sociedad como un todo. El héroe es el símbolo de la divina imagen creadora y redentora que esta escondida dentro de todos nosotros y sólo espera ser reconocida y restituida a la vida. Ambos, el héroe y su dios último, se comprenden como el interior y el exterior de un solo misterio que se refleja a sí mismo como un espejo, idéntico al misterio del mundo visible. La gran proeza del héroe supremo es llegar al conocimiento de esta unidad de multiplicidad y luego darla a conocer.
El efecto de la aventura del héroe cuando ha triunfado es desencadenar y liberar de nuevo el fluir de la vida en el cuerpo del mundo. Éste, como encarnación de Dios, es el ombligo del mundo, el centro a través del cual las energías de la eternidad irrumpen en el tiempo. De este modo, el ombligo del mundo es el símbolo de la creación continua; el misterio del mantenimiento del mundo por medio de continuo milagro de la vivificación que corre dentro de todas las cosas. El Ombligo del Mundo es omnipresente, y como es la fuente de toda existencia, produce la plenitud mundial del bien y del mal. Dice Heráclito que para el dios, todo es bello, bueno y justo, mientras que los hombres, por el contrario, tienen unas cosas por justas o por injustas. Del mismo modo, la mitología no destaca como su héroe más grande al hombre meramente virtuoso. Se percibe la fuerza trascendente que vive en todos, que es maravillosa y que merece nuestra profunda y absoluta obediencia.
La aventura puede resumirse de la siguiente manera: el héroe mitológico abandona su choza o castillo, es traído, llevado o avanza voluntariamente hacia el umbral de la aventura. Allí encuentra la presencia de una sombra que cuida el paso. El héroe puede derrotar o conciliar esta fuerza y entrar vivo al reino de la oscuridad o puede ser muerto por el oponente y descender a la muerte. Detrás del umbral el héroe avanza a través de un mundo de fuerzas poco familiares pero intimas, algunas de las cuales lo amenazan peligrosamente, otras le dan ayuda mágica. Cuando llega al nadir del periplo mitológico, pasa por una prueba suprema y recibe su recompensa. El triunfo puede ser representado como la unión sexual del héroe con la diosa madre del mundo, el reconocimiento del padre-creador, su propia divinización o el robo del don que ha venido a ganar; intrínsecamente es la expansión de la conciencia y, por ende, del ser. El trabajo final es el del regreso. Si las fuerzas han bendecido al héroe, ahora éste se mueve bajo su protección, sino, huye y es perseguido. En el umbral del retorno, las fuerzas trascendentales deben permanecer atrás; el héroe vuelve a emerger del reino de la congoja. El bien que trae restaura al mundo.
Porque, después de todo, la vida entera puede ser una aventura sin horizontes. Pertenecer o no a un sitio es una cuestión de actitud y caminar solo o en compañía es una decisión de todos los días.
Aparece la figura del monstruo-tirano como aquel avaro que produce estragos y caos, generando gritos de pedido de auxilio al héroe redentor, cuya existencia libertará a la tierra. El héroe es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales o locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales. Éste tiene dos principales misiones. La primera consiste en retirarse de la escena del mundo de los efectos secundarios a aquellas zonas causales de la psique que es donde residen las verdaderas dificultades, y allí aclararlas o borrarlas para llegar hacia la experiencia y la asimilación de las “imágenes arquetípicas” (formas de naturaleza colectiva que toman lugar en toda la Tierra, que constituyen el mito y que al mismo tiempo son productos autóctonos e individuales de origen inconciente). Éste es el proceso conocido como “discriminación”. La segunda tarea es volver de su hazaña transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida.
El camino común de la aventura mitológica del héroe es la fórmula de separación- iniciación- retorno. El héroe inicia su aventura desde el mundo de todos los días hacia una región de prodigios sobrenaturales, se enfrenta con fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva; regresa de su misteriosa peripecia con la fuerza de otorgar dones a sus hermanos. La aventura del héroe sigue el modelo de una separación del mundo, la penetración a alguna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla con más sentido. A esta etapa de separación le sigue la de pruebas y victorias de la iniciación y posteriormente, la de regreso y reintegración a la sociedad, que, desde el punto de vista de la comunidad, es la justificación del largo retiro del héroe.
Se establece, asimismo, la diferencia entre el héroe del cuento de hadas y el del mito. Mientras que el primero alcanza un triunfo domestico y microscópico, se adueña de poderes extraordinarios y prevalece sobre sus opresores personales, el segundo goza de un triunfo macroscópico, histórico-mundial y vuelve de su aventura con los medios para lograr la regeneración de su sociedad como un todo. El héroe es el símbolo de la divina imagen creadora y redentora que esta escondida dentro de todos nosotros y sólo espera ser reconocida y restituida a la vida. Ambos, el héroe y su dios último, se comprenden como el interior y el exterior de un solo misterio que se refleja a sí mismo como un espejo, idéntico al misterio del mundo visible. La gran proeza del héroe supremo es llegar al conocimiento de esta unidad de multiplicidad y luego darla a conocer.
El efecto de la aventura del héroe cuando ha triunfado es desencadenar y liberar de nuevo el fluir de la vida en el cuerpo del mundo. Éste, como encarnación de Dios, es el ombligo del mundo, el centro a través del cual las energías de la eternidad irrumpen en el tiempo. De este modo, el ombligo del mundo es el símbolo de la creación continua; el misterio del mantenimiento del mundo por medio de continuo milagro de la vivificación que corre dentro de todas las cosas. El Ombligo del Mundo es omnipresente, y como es la fuente de toda existencia, produce la plenitud mundial del bien y del mal. Dice Heráclito que para el dios, todo es bello, bueno y justo, mientras que los hombres, por el contrario, tienen unas cosas por justas o por injustas. Del mismo modo, la mitología no destaca como su héroe más grande al hombre meramente virtuoso. Se percibe la fuerza trascendente que vive en todos, que es maravillosa y que merece nuestra profunda y absoluta obediencia.
La aventura puede resumirse de la siguiente manera: el héroe mitológico abandona su choza o castillo, es traído, llevado o avanza voluntariamente hacia el umbral de la aventura. Allí encuentra la presencia de una sombra que cuida el paso. El héroe puede derrotar o conciliar esta fuerza y entrar vivo al reino de la oscuridad o puede ser muerto por el oponente y descender a la muerte. Detrás del umbral el héroe avanza a través de un mundo de fuerzas poco familiares pero intimas, algunas de las cuales lo amenazan peligrosamente, otras le dan ayuda mágica. Cuando llega al nadir del periplo mitológico, pasa por una prueba suprema y recibe su recompensa. El triunfo puede ser representado como la unión sexual del héroe con la diosa madre del mundo, el reconocimiento del padre-creador, su propia divinización o el robo del don que ha venido a ganar; intrínsecamente es la expansión de la conciencia y, por ende, del ser. El trabajo final es el del regreso. Si las fuerzas han bendecido al héroe, ahora éste se mueve bajo su protección, sino, huye y es perseguido. En el umbral del retorno, las fuerzas trascendentales deben permanecer atrás; el héroe vuelve a emerger del reino de la congoja. El bien que trae restaura al mundo.
Porque, después de todo, la vida entera puede ser una aventura sin horizontes. Pertenecer o no a un sitio es una cuestión de actitud y caminar solo o en compañía es una decisión de todos los días.
"Río Arriba" (reseña)
“Río Arriba”, en su hora y pico de duración, nos abre las puertas a una parte del mapa de Argentina para muchos desconocida. Producido y protagonizado por Ulises de la Orden, quien emprende un viaje desde su Buenos Aires natal hacia Iruya, una localidad salteña ubicada a noventa kilómetros de Humahuaca, este documental promete más que imágenes pintorescas. Allí, las comunidades indígenas de la zona, kollas y aymaras, intentan mantener con vida su cultura, a pesar del desgaste padecido por sus miembros debido a los prolongados períodos de explotación que sufrieron como zafreros en un ingenio azucarero. De la Orden intenta reconstruir, asimismo, la historia de su bisabuelo, don Manuel, quien había logrado progresar gracias al ingenio de San Isidro, del cual era propietario.
Se puede apreciar claramente la intencionalidad de Ulises de mostrar el lado que no se ve, la realidad que muy pocos conocen, aventurándose a recorrer esta provincia del norte argentino con una mirada etnográfica que de cuenta de la situación que atravesaron aquellos pueblos y de las secuelas que deben enfrentar. Sin duda, el protagonista atraviesa una odisea digna de asociar al personaje homónimo que muy bien supo describir Homero. Utilizando medios de transporte de toda índole (tren, ómnibus, lomo de burro) logra adentrarse en el corazón de Iruya, recorriendo rincones que le ayuden a contar la “otra” historia. Asistido por testimonios de los lugareños, Ulises empieza a mezclarse con ellos, a pesar de que su vestimenta delata su condición de extranjero. Deja afuera sus prejuicios y reconstruye la historia de los ingenios y de los zafreros. Revela el desarraigo que estos últimos padecieron evidenciado en el estado lamentable que merecieron las terrazas de cultivo abandonadas, donde los aborígenes desarrollaban su economía de autoabastecimiento antes de pasar a ser trabajadores en relación de dependencia. Sin embargo, no deja de lado la exposición de la actividad artesanal a la que muchos de ellos lograron dedicarse de manera autónoma. Así, el efecto de la película se manifiesta como una propuesta a admirar la entereza y la convicción con la cual los pueblos castigados intentan mantener sus costumbres en pie. También se identifica la invitación a la valoración de la economía de estas culturas que muchas veces, por ser diferentes al proyecto capitalista imperante, son disminuidas y menospreciadas.
El film se completa con imágenes alucinantes de la provincia que suscitan el respeto a la naturaleza, tantas veces relegada al olvido. Por último, la música del humauaqueño Ricardo Vilca acompaña a la perfección el sentimiento de solidaridad que a uno se le despierta cuando ve una producción como ésta.
Sin embargo, con todo lo que hace a este documental destacarse, yo me quedo con el sentimiento de culpa que, por motivos personales, también Ulises supo abrigar, al reconocerme en la actitud de don Manuel de la Orden, que, creyendo que les brindaba a los indígenas una oportunidad de progreso, terminó por perjudicarlos. Porque, al fin y al cabo, ¿no somos todos, a veces, un poco como él, imponiéndole a los demás lo que nosotros creemos mejor y lavando nuestras potenciales culpas con la idea de que hicimos un bien o, en todo caso, evitamos un mal mayor? Creo que la mejor moraleja que podemos llevarnos es la de respetar y aprender de aquel que es diferente a uno, algo que nuestro etnocentrismo y soberbia muchas veces nos dificulta apreciar.
Se puede apreciar claramente la intencionalidad de Ulises de mostrar el lado que no se ve, la realidad que muy pocos conocen, aventurándose a recorrer esta provincia del norte argentino con una mirada etnográfica que de cuenta de la situación que atravesaron aquellos pueblos y de las secuelas que deben enfrentar. Sin duda, el protagonista atraviesa una odisea digna de asociar al personaje homónimo que muy bien supo describir Homero. Utilizando medios de transporte de toda índole (tren, ómnibus, lomo de burro) logra adentrarse en el corazón de Iruya, recorriendo rincones que le ayuden a contar la “otra” historia. Asistido por testimonios de los lugareños, Ulises empieza a mezclarse con ellos, a pesar de que su vestimenta delata su condición de extranjero. Deja afuera sus prejuicios y reconstruye la historia de los ingenios y de los zafreros. Revela el desarraigo que estos últimos padecieron evidenciado en el estado lamentable que merecieron las terrazas de cultivo abandonadas, donde los aborígenes desarrollaban su economía de autoabastecimiento antes de pasar a ser trabajadores en relación de dependencia. Sin embargo, no deja de lado la exposición de la actividad artesanal a la que muchos de ellos lograron dedicarse de manera autónoma. Así, el efecto de la película se manifiesta como una propuesta a admirar la entereza y la convicción con la cual los pueblos castigados intentan mantener sus costumbres en pie. También se identifica la invitación a la valoración de la economía de estas culturas que muchas veces, por ser diferentes al proyecto capitalista imperante, son disminuidas y menospreciadas.
El film se completa con imágenes alucinantes de la provincia que suscitan el respeto a la naturaleza, tantas veces relegada al olvido. Por último, la música del humauaqueño Ricardo Vilca acompaña a la perfección el sentimiento de solidaridad que a uno se le despierta cuando ve una producción como ésta.
Sin embargo, con todo lo que hace a este documental destacarse, yo me quedo con el sentimiento de culpa que, por motivos personales, también Ulises supo abrigar, al reconocerme en la actitud de don Manuel de la Orden, que, creyendo que les brindaba a los indígenas una oportunidad de progreso, terminó por perjudicarlos. Porque, al fin y al cabo, ¿no somos todos, a veces, un poco como él, imponiéndole a los demás lo que nosotros creemos mejor y lavando nuestras potenciales culpas con la idea de que hicimos un bien o, en todo caso, evitamos un mal mayor? Creo que la mejor moraleja que podemos llevarnos es la de respetar y aprender de aquel que es diferente a uno, algo que nuestro etnocentrismo y soberbia muchas veces nos dificulta apreciar.
"Río Arriba" (análisis)
“Río Arriba” es un documental que intenta mostrar el desgaste cultural que sufrieron los habitantes de Iruya, una localidad en la provincia de Salta, al ser explotados en los ingenios azucareros para los que trabajaban. Ulises de la Orden, director y protagonista del film intenta reconstruir con su viaje parte de la historia de su familia, ya que fue su bisabuelo, Manuel de la Orden, quien logró, años atrás, progresar con el manejo de uno de estos ingenios. La película pone en imágenes un recorrido no solo geográfico sino también metafórico (a través de la vida) que Ulises emprende. Desde pequeño viajaba a Iruya, llenándose los ojos de bellezas naturales y riquezas culturales con cada visita. Atractivos que se mantuvieron actualizados para él lo suficiente como para justificar el retorno durante dos décadas, desde su Buenos Aires natal, a este sitio del noroeste argentino. Sin imaginar que un día sus emprendimientos turísticos se verían relegados por la necesidad de otorgarles voz a aquellos aborígenes que sufrieron el desarraigo cultural en pos de aumentar la ganancia de grupos oligárquicos que exigían productividad al menor costo.
En un viaje que se muestra como indisociable de su relato por estar narrado desde la experiencia misma, buscando mostrar con ella una realidad para muchos ignorada, el protagonista se ve envuelto en lo que Campbell definiría como el “camino común de la aventura del héroe”. Ulises se encuentra así iniciando su travesía desde su ciudad hacia la salteña, experimentando una “separación” de su lugar de origen e “iniciándose” en una nueva experiencia que le deparará obstáculos para, finalmente, “retornar”. Pero la diferencia en esta película radica en la forma de mirar al Otro, en la intención de ponerse en su lugar, de contar la historia desde el punto de vista de las víctimas, incluso a sabiendas de que el “héroe” (que viene a ser Ulises) que intenta mostrar esa realidad está emparentado con quien cumplió alguna vez el rol de victimario. Es notoria la “vuelta de tuerca” que se le da al concepto que él tenía de su bisabuelo, una imagen creada en el seno familiar, pasando de ser el inmigrante que sobrevivió y se repuso de su precaria condición de forma heroica a ser el causante del deterioro de una cultura que, previo a la relación laboral de dependencia, se autoabastecía exitosamente. Sin embargo, si hay algo que puede deducirse es que no todo es blanco o negro. Siempre la moneda tiene dos caras. Probablemente don Manuel no era totalmente conciente del daño que provocaba cuando creía que estaba posibilitándoles el “progreso” a los kollas mediante el trabajo en las zafras. Y enfrentarse a esta realidad dual es uno de las dificultades que Ulises debió atravesar para despojarse de prejuicios y poder mostrar las secuelas in situ, lidiando a la vez con la culpa que le producía sentirse, en parte, responsable de lo sucedido simplemente por los lazos sanguíneos que lo unen a su antecesor.
Viajando en tren, a dedo, a pie e incluso a lomo de burro, enfrentándose muchas veces a condiciones climáticas adversas, Ulises construye su trayecto mostrando la vida en Iruya, valiéndose de testimonios, mapas, libros y fotos para rescatar el pasado y apoyándose en un antropológico trabajo de campo a través del cual se refleja el presente, asistido por los aportes de los pobladores. Finalmente vuelve transformado por la experiencia y con la firme idea de compartirla con aquellos que desconocen esta realidad, provocando que sea difícil “pasar por alto” las pruebas que nos recuerdan que es necesario saber la historia para no repetirla, conocer el pasado y el presente para poder actuar en consecuencia y mejorar la perspectiva con respecto a la construcción del futuro.
En un viaje que se muestra como indisociable de su relato por estar narrado desde la experiencia misma, buscando mostrar con ella una realidad para muchos ignorada, el protagonista se ve envuelto en lo que Campbell definiría como el “camino común de la aventura del héroe”. Ulises se encuentra así iniciando su travesía desde su ciudad hacia la salteña, experimentando una “separación” de su lugar de origen e “iniciándose” en una nueva experiencia que le deparará obstáculos para, finalmente, “retornar”. Pero la diferencia en esta película radica en la forma de mirar al Otro, en la intención de ponerse en su lugar, de contar la historia desde el punto de vista de las víctimas, incluso a sabiendas de que el “héroe” (que viene a ser Ulises) que intenta mostrar esa realidad está emparentado con quien cumplió alguna vez el rol de victimario. Es notoria la “vuelta de tuerca” que se le da al concepto que él tenía de su bisabuelo, una imagen creada en el seno familiar, pasando de ser el inmigrante que sobrevivió y se repuso de su precaria condición de forma heroica a ser el causante del deterioro de una cultura que, previo a la relación laboral de dependencia, se autoabastecía exitosamente. Sin embargo, si hay algo que puede deducirse es que no todo es blanco o negro. Siempre la moneda tiene dos caras. Probablemente don Manuel no era totalmente conciente del daño que provocaba cuando creía que estaba posibilitándoles el “progreso” a los kollas mediante el trabajo en las zafras. Y enfrentarse a esta realidad dual es uno de las dificultades que Ulises debió atravesar para despojarse de prejuicios y poder mostrar las secuelas in situ, lidiando a la vez con la culpa que le producía sentirse, en parte, responsable de lo sucedido simplemente por los lazos sanguíneos que lo unen a su antecesor.
Viajando en tren, a dedo, a pie e incluso a lomo de burro, enfrentándose muchas veces a condiciones climáticas adversas, Ulises construye su trayecto mostrando la vida en Iruya, valiéndose de testimonios, mapas, libros y fotos para rescatar el pasado y apoyándose en un antropológico trabajo de campo a través del cual se refleja el presente, asistido por los aportes de los pobladores. Finalmente vuelve transformado por la experiencia y con la firme idea de compartirla con aquellos que desconocen esta realidad, provocando que sea difícil “pasar por alto” las pruebas que nos recuerdan que es necesario saber la historia para no repetirla, conocer el pasado y el presente para poder actuar en consecuencia y mejorar la perspectiva con respecto a la construcción del futuro.
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